Te llamé ahora en la tarde, pero
creo que habías salido. La puerta de tu casa estaba cerrada y tu hermana seguro
estaba dormida en la parte de arriba del camarote. Como no respondiste, caminé
por el bosquecillo ese que queda por tu casa y descubrí unas frutitas rojas del
tamaño de tus manos. ¿Las conocés?
Te llamaba para contarte sobre un
grupo de científicos japoneses que han estado estudiando a los monos bonobos en
el Congo, en la parte sur del Congo, se llega hasta donde ellos cruzando un
río. No sé muy bien por qué me era tan necesario hablarte de los monos, más
ahora que no hablamos. Fue hace mucho que me llamabas y decías “Pasame la
canción más bonita que conozcás y yo también te paso una y las oímos con mucha
concentración como confiando en el otro.”
Los japoneses de los que te
cuento están haciendo cosas sorprendentes en el centro de África. ¿Sabés dónde
queda el Congo? Yo creo que sí, era tu hermana la que preguntaba la otra noche
en qué continente estaba Camboya, entonces tal vez a la hora de la genética ella
tomó los problemas geográficos y vos los comunicativos. Perdón, eso fue
grosero.
La gran noticia es que los
japoneses, un grupo de 5 o 6 científicos, están iniciando a tener
conversaciones con los monos bonobos, conversaciones verdaderas, sobre eso era
el artículo. Esto no es una historia de ciencia ficción, aunque parezca. Tampoco
es ficción ficción, te digo que es verdad, me encontré el estudio ayer que estuve
en la U.
Yo no estudio biología ni nada,
vos sabés eso, y tampoco es como que tenga una gran afinidad por estos temas, lo
que pasó es que, mientras caminaba por la universidad, manteniendo un poquito la
esperanza de que aparecieras por ahí y no tuvieras otra opción que decirme
hola-cómo-está, un hombre que repartía panfletos, cuando me vio extender la
mano, sacó rápido de su maletín un ramo de hojas bond y me lo dio. De reojo vi
que los volantes que repartía eran sobre promociones en una peluquería de por
ahí. Me hubiera servido ese volante.
Yo no sabía que los bonobos
existían. De hecho, el artículo decía eso, que mucha gente no sabía que existen
dos tipos de chimpancés, uno es el normal, el que vos y yo conocemos, que tiene
carilla como de nosotros pero con pelo y está este otro, el que no conocíamos,
los bonobos que me interesan un montón ahora. Lo que los japoneses han
descubierto probablemente ha causado una revolución en el mundo científico y
fijo todo mundo está emocionado, pero eso a mí no me interesa tanto. Me
interesan los bonobos y su comportamiento en sociedad, este tema fue secundario
en el estudio de los japoneses, pero a vos te lo cuento porque seguro te
interesan. Hay cosas que solo nos interesan a nosotros dos, ¿has visto?
Caminando con el artículo
científico sobre los monos bonobos llegué hasta las bancas afuera de la facultad
donde estudiás y me senté a aprender y a montar guardia con la esperanza ya
cortita. Me agarró desprevenido el título del artículo, entonces no tuve
oportunidad de no leerlo, sabés. A mí me pasa así, las cosas cuando me
sorprenden me atrapan.
“El chimpancé Jun le preguntó que
si siempre había sido fiel”
¿Cómo van a titular así de lindo
y no esperar que el artículo solo lo lean gente como vos y yo?
Los dos bonobos principales del
relato eran un chico y una chica. Bueno, en realidad no había personajes
principales, era un artículo científico sobre un descubrimiento importante,
pero yo no leo las cosas como la gente. Me aburriría mucho si lo hiciera así.
Entonces te cuento, el bonobo chico se llama Jun, porque nació a finales de
Junio. Tiene 8 años y su comida favorita es pan con unos insectillos morados
que encuentra debajo de piedras. Ella, conocida como Ei 93, tiene 7 años, pasa
las tardes jugando en los árboles más altos y recolectando comida para sus
hermanos. Si yo tuviera que agregar algún dato al artículo pondría una notita
que diga “Se ve que Ei 93 es una muchacha toda buena”. Pero fijo los editores
quitarían esa nota porque no tiene sentido.
Te decía que ellos, los monos,
viven en un país que se llama la República Democrática del Congo. Su grupo está
compuesto de 30 miembros, más o menos. Son especiales, te digo, estos monos. No
pelean, no pelean los monos. Nunca, es rarísimo verlos enojados. Te paso esta
cita del artículo para que te sorprendás como yo:
“Observaciones en el hábitat de
los chimpancés comunes han revelado la tendencia al conflicto físico entre las
comunidades y machos foráneos, dichos conflictos muy comúnmente acaban en
muertes. Esto no aparece en el comportamiento de los bonobos, de hecho es usual
que resuelvan sus conflictos a través de contacto sexual.”
Ellos se dicen perdón, se abrazan,
no compran lotería, nadie pelea con nadie, y si pelean luego se arreglan
bonito. ¿No creés que podemos aprender mucho de ellos? Y no estoy inventando
nada, te puedo enseñar la muy rigurosa investigación de Kano Takayoshi y de Sandin
Jo. Si estos monos estuvieran en Cuba, sería otra historia. Allá en el Congo
las cosas pasan distintas, tienen monos que hacen familias.
Hoy, sentado en un lugar que no
conocés, pienso que los monos bonobos podrían convertirse en mi leitmotiv, porque
tengo que ocupar en algo el tiempo que usaba para pensar en nosotros dos yendo
al Museo del Niño, o para pensar en vos contándome cosas de tu pueblo o
pensando en la siguiente historia de mi infancia que me gustaría contarte. ¿Ya
te hablé de la vez que las hormigas zompopas arruinaron el queque de chocolate
de mi cumpleaños 14?
Yo ya le conté a mis amigos por
donde habías estado vos cuando tenías 16 años, que tu pelo ha aprendido a
cambiar de parecer, como vos, que tus piernas no te gustaban y les conté más
cosas que por acá no te debería decir, era como si ellos y yo fuéramos
científicos japoneses, pero la diferencia era que solo a mí me interesaba lo
que estábamos estudiando, ellos nada más aguantaban mi habladera porque son mis
amigos y saben lo feo que se siente esto. Uno me dijo algo como “cuando
desaparecen las cosas es que empieza el misterio” como si después de eso yo me
fuera a quedar callado y ya, pero yo le dije muy serio y todavía me siento
orgulloso de lo que le dije “yo quiero conocer más del misterio”.
Ahora que lo pienso, me agarrás
decaído. Le doy demasiada vuelta a las cosas ¿Me equivoqué con la llamada? Tal
vez debí llamarte para decirte que tengo un leve caso de amor no correspondido.
No hablar sobre vos, sino mentirte. ¿Eso habría hecho las cosas mejores?
Si yo fuera un bonobo y supiera
no pelear y solo ser pacífico y comunicarme con las personas, y dar abrazos y
me llevaran un día a hablar con japoneses lo primero que les diría sería “¿Todavía
existen los Hombres G?”.
Tal vez esa sería una forma para que
vos y yo podamos volver a hablar. Ser bonobos, imaginarnos en una selva de
árboles altos y secos. Un montón de gente rodeándonos, un montón de monos que
serían gente para nosotros y diciendo cosas. “La anda” – “¿Quién quiere jugo de pera?” – “ocupo que
alguien me ayude a enrolar”
Y todos se ayudarían y nadie
vería mal a nadie y compartirían y jugarían y se darían las manos y besos y se
tocarían la punta de los dedos de las manos y la punta de los dedos de los
pies.
Tal vez debería volver a llamarte
con menos explicaciones y nada más contarte una historia. Hacer como que
volvemos a estar un jueves por la noche en el sofá cama de tu casa, donde las
visitas duermen.
“Cerca de un río están dos
bonobos. Uno le toma la mano al otro. Desde algún lugar de la selva les llega
música. No se asustan, todavía no se asustan. Se hablan bajito al oído. En
otras condiciones no podríamos oír qué se dicen, los veríamos desde lejos, pero
como esto es un cuento te puedo contar lo que se dicen.
“Qué pesada está tu mano” – “mirá
como hago para dibujar en tu cuello” – “qué será que se hace de noche y nada
que se va la luz” – “quién fue el primero que te dijo que sos linda” – “por qué
te importa que los monos sean cursis” – “por qué te importan los monos”
Y se hablan así por horas los
monos y ese día no se meten mano a pesar de que generalmente lo hagan mucho,
nada más se sientan juntos y se hablan. Pero llega el momento en el que uno
dice “ya no nos contemos más cosas” Y en eso se quedan callados y nadie tiene
chance de responder nada porque se empiezan a levantar y a caminar un poquito
separados, lo suficiente para que sea inútil intentar hablar, porque no se
oirían, los monos ya no se podrían oír porque estarían un toque largo entre
ellos, como a metro y medio o un poquito más y eso en los bonobos (y en
realidad en todos los primates incluidos nosotros) es suficiente para que la
comunicación se vuelva imposible.”
Ya no sé qué más pasaría. Es
decir, sos vos ese mono. Yo soy el otro.
Ser monos bonobos a ratos sonaba
como una buena idea, pero fijo esto no es así de fácil. Lo bonito es pensar que
si fuéramos bonobos yo podría ir hoy a donde vos estás y contarte nuestros
problemas (como si no los supieras ya, como si no pasaras pensando en eso) y te
agarraría tu culito de mona y te daría un beso en tus orejas de mona y nos
arreglaríamos ahí, debajo de un árbol o cerca de un río que nos haga música.
Pero no lo somos y ya ha pasado un rato desde que nos abrazamos y te di un beso
en el cachete queriendo darte un beso en el cachete.
Entonces si hoy yo fuera el otro
mono bonobo del cuento, te diría lo que te diré la próxima vez que hablemos “chau
bonita, gracias por contestar”.