viernes, 25 de enero de 2013

Hombre con garfio busca:


Perro o gato que no se asuste con las cosas filosas y que me acompañe.

Mi doctor me dijo que era bueno que pusiera este anuncio, que buscara algo que quisiera. Me dijo que podía ser una bici o tal vez un disco de música que quisiera mucho. El doctor no entiende muy bien mi situación.

Perdí mi mano recientemente en un accidente con nieve. Me cayó nieve en la mano izquierda y estaba muy fría, entonces perdí mi mano. Se me perdió mi mano entre la nieve. Yo hacía como que la buscaba, pero sabía que la había perdido, ya no la sentía ni nada. La gente que estaba cerca me estaba tirando bolas de nieve, eran mis amigos. Se reían y yo hacía como que me reía, como si no estuviera todo preocupado porque acababa de perder mi mano izquierda.

Rápido me despedí de todos, agitando por encima de mi cabeza la mano derecha, agitándola demasiado y como raro, como si estuviera enseñándola. Me fui corriendo hasta mi casa, llevaba algo grande metido en la bolsa de mi jacket y una mano afuera, la derecha, como enseñándola. Me resbalé un par de veces corriendo hasta la casa, subí rápido las gradas hasta la puerta y casi me caigo porque estaban congeladas. Agarré la pala para quitarle el hielo a las gradas, porque después mi hermana se cae y qué feo. Pero no pude usar la pala.

Entonces no lloré, pero subí las escaleras hasta mi cuarto tocándome los ojos.

En mi cuarto estaba mi cama con mi compu abierta, el teclado se veía riquísimo, no sé por qué. No la prendí ni la toqué. Me puse a verme en el espejo, mi lado derecho se veía como gordo, como exagerado. El izquierdo no, se veía tranquilo, en paz. Y eso estuvo bien. Ese día había aprendido que Letonia y Latvia eran lo mismo y eso me había entristecido.

Me acosté en la cama y me dormí, porque todos los días me levanto a las 7:43 para ir a estudiar alemán. Entonces cuando vuelvo me acuesto en la cama e intento dormirme. Casi siempre puedo, pero a veces no. Hoy sí pude, me dormí hasta la noche, luego tuve que levantarme para ir a hacerle comida a mi hermana que volvía de la universidad. Me dijo que le hiciera arroz y yo dije que estaba bien, pero la verdad es que me daba un poquito de miedo porque a veces no me sale muy bien. Se me quema o no revienta o me queda masudo. Entonces ella me regaña y yo hago como que le hago caso y le digo que la próxima no se me va a quemar ni nada y eso casi siempre es mentira.

A mí no me gusta mentir, pero sé que a veces me pasa. La primera vez que me di cuenta que la gente mentía, y que era normal y que no era tan malo, fue cuando estaba en tercer grado y la teacher inventó un ejercicio al final de la clase, cuando ya habíamos visto toda la materia del día y no quería que nos pusiéramos a hablar entre nosotros.

La teacher empezó a pedirle a algunos de los compañeros que describieran a su pareja ideal y los demás teníamos que ir copiando lo que ellos decían. El primero fue Francisco Víctor, siempre me pareció el nombre más bonito de la clase. Él dijo que su mujer perfecta sería como su mamá. La teacher dijo que qué tierno.

La teacher era una mujer loca, se llamaba Mercedes y varios años después de ese día, me la topé con mi familia en un supermercado y me saludó como si nos quisiéramos mucho, pero ella siempre me cayó mal y no sé por qué actuaba ahora, tantos años después y en el pasillo del papel higiénico, como si nos queríamos.
Lo de la mentira, que decía, fue cuando le tocó a Fabián Salazar. A él lo molestaban un montón porque decían que era gay y di, la verdad lo era, un montón.

Ahora que vuelvo a pensar en él me dan ganas de haber sido más su amigo, pero ya no se puede y en esa época menos que se podía porque después decían que yo también era y di, la verdad yo, a mis 10 años, ya tenía suficientes problemas creo.

Cuando la teacher, en un acto torpeza violenta, le dijo a Fabián que describiera a su mujer perfecta, él se puso todo blanco y abrió un montón los ojos y dijo, casi tartamudeando, que tenía que ser rubia, su mujer ideal, y con grandes curvas, los labios siempre pintados de rojo y las uñas con manicura francesa. O algo así fue lo que dijo, yo nada más me acuerdo de verlo moviendo las manillas, como trazando las curvas de una mujer que él nunca desearía. Ahí fue cuando realmente aprendí lo que era una mentira y me pareció que no eran tan malas como mi mamá me decía.

¿Por qué me viene tan claramente ese recuerdo hoy, que echo de menos la mano de alguien? Por lo que dijo otra compañerita. Ya casi era el final de la clase y ella creo que estaba con muchas ganas de contar cómo era su pareja ideal, levantó la mano diciendo “yo, yo” cuando la teacher Mercedes estaba buscando a quien poner.

Ella se puso de pie y todo. El pupitre de ella quedaba más adelante que el mío, entonces casi que siempre, durante clases, solo podía verle el pelo negro largo con una prensa enorme que tenía los mismos colores que el uniforme, amarillo con azul. Ella empezó a ponerse nerviosa, dijo “este, este” un montón de veces. Se agarraba las manitas, se pasaba los deditos por encima de cada una de sus manitas, como contándoselas. “acá esta una, acá está la otra”.

“Bueno, tendría que ser bastante más alto que yo. Yo sé que no voy a ser muy alta, pero me gustaría que él pareciera alto solo por estar a la par mía. No podría ser macho, eso mejor no. Cuando fuéramos grandes él me llevaría a andar en la calle en la noche y me compraría comida de la que venden muy tarde. Mis papás no me dejan comer esa porque dicen que es mala para mí, pero no creo que algo que dicen que es tan rico sea tan malo. No poder comer esas cosas sí es malo para mí. Ah bueno y di, también me gustaría que le gustara comer piña con todo, hasta con las palomitas de maíz, yo sé que es pedir mucho pero hay que ponerse metas altas ¿verdad, teacher?”

Y la teacher callada, leyendo una revista, los demás compañeros contando los segundos del último minuto antes de irse a la casa. Solo yo oyéndola, poniéndole más atención que los perros de mi casa cuando saco la bola. Imaginando sus labios delgaditos, sus dientes del frente ligeramente separados, viendo sus manitas recorriéndose la una a la otra sin detenerse, dentro de una larga pausa.

“Y (lo más importante) me gustaría que tuviera un garfio. Que pudiera agarrar las cosas de una forma toda diferente y que tuviera accesorios, cosas que se le pusieran y se le quitaran. Me gustaría poder estar cocinándole una pizza mientras él se ajusta el garfio.”

Esto último lo dijo como con pena, como si supiera que la raya íntima que se había trazado con la declaración edípica de Francisco Víctor, estaba siendo traspasada por ella, hablando de cosas confusas, de las que nunca se discutirían en las clases de una escuela.

En esa época Peter Pan ya estaba en los cines de Estados, pero acá seguro todavía no llegaba, entonces no me queda claro de dónde sacó eso del garfio, pero me parece lindísimo y ahora hoy, que me acuerdo, me parece aún más bonito.

Además de la mentira de  Fabián Salazar, la sexualidad, esa cosa sin forma que nos anda adentro, se paseó por el frente de todos nosotros sin que nos diéramos cuenta, como todavía nos pasa a veces. Nos mostró la delicadeza y delicia que puede yacer para una persona en tener una mano o en no tener una mano.

Siete años más fuimos compañeros y nunca lo hablamos, nunca me atreví a tocar su hombro y decirle cosas. A partir de ese día nos empezamos a alejar, no porque nuestra relación cambiara mucho, sino solo porque nunca habíamos estado tan cerca como aquel día. Bueno, hoy siento que nos volvemos a acercar un poquito, que tal vez ella siente en su mano izquierda una especie de hormigueo. Mi mano fantasma que busca la de ella.

Hace cinco años que no la veo. Para nuestra graduación se puso un vestido morado lindísimo, ya no tenía el pelo negro ni largo, lo andaba por los hombros y se lo teñía de colores. Brillaba toda ella. Dicen que se casó. Conoció a un hombre que canta como Elvis (a mí Elvis no me gusta y nunca la hubiera obligado a oírlo). Él juega videojuegos y es todo bueno, yo antes era mejor pero ahora no puedo ni siquiera usar una pala, entonces mejor ni lo intento con un control porque seguro me daría mucha tristeza.