domingo, 30 de enero de 2011

Madrid a cuatro grados

Leo las pequeñas páginas
de un poemario fotocopiado
y pequeño

Con las manos entumecidas,
porque el frío
es esta gran ciudad.

Entro a una tienda
que antes fue un gran teatro
y apreto los suéteres, las bufandas
y todavía espero algún calor

Recorro la noche
que se acuesta sobrepoblada
y le veo la espalda a todos
y toso para ver si todavía
tengo sonido dentro.

Esta ciudad es una cafetería colombiana,
un partido en el que no apoyo a ningún equipo
y esperar

a que alguien me dirija la palabra

jueves, 13 de enero de 2011

Me vuelvo a tocar los ojos con la mano

En la mesa el libro y la luz apagada. Me despierta su llamada en el celular, me alumbra el cerebro para no poder dormir más. “Ya casi llego” y hasta ahí. Colgamos y coreográficamente me llevo las manos a la cara. Veo, entre mis dedos, la madera brillante del techo de un cuarto que a veces dudo que sea mío. En cualquier momento podría empacar todos estos libros, llevarme dos o tal vez sólo una almohada, dejar lo demás.

Me toco con la mano los ojos para verificar que estoy despierto. Lo estoy. Pronto va a llegar, enferma y tal vez cansada, con una bufanda en el cuello y un arete en la nariz. Salgo del cuarto y no veo el final del pasillo. Hay dos niños y no recuerdo sus nombres, pero sé que ya los he visto.

Llego a la sala donde una parte de mi familia está reunida. Toman café como los niños juegan, sabiendo que es lo único que hacen bien. Los saludo y sonreímos, yo con la sonrisa de alguien más, tal vez con la del dueño de mi cuarto.

Desde la puerta veo el patio, verde y sano, también el portón blanco, de toda la vida. El sol abunda y son las tres y veinte. Hace poco, cuando me llamó, al fondo pude oír las campanas de una iglesia que tal vez conozco, ya venía cerca. Espero su bus que no sé cual será, llegará en una sombra cuadrúpeda con cara de purgatorio. Destino de todos, llegar en sombras.

Veo la veranera en medio del patio, con la luz del sol en sus flores más altas. Es necesario que esté ahí, porque me permite esperar tranquilo, parpadear sin angustia. Camino hasta la veranera y arranco una flor morada. “Se la daré para que la guarde hasta que se seque y estará bien” pensé, con una sonrisa en la cara, esta vez mía.

Antes de llegar a la veranera la vi llegar, esperar al otro lado de la calle. Ella me vio arrancar la flor mientras esperaba que los carros se acabaran, pero en mi casa y en el mundo los carros no se acaban.

Mientras abría el portón, de reojo la vi lanzarse.

La moto que justo pasaba logró esquivarla, tantas veces que las insulté por su agilidad absurda y ahora todo lo que me regalaba. Algunos segundos más para ella. Que no duraron.

El taxi no logró esquivarla, la impactó a la altura del pecho. Su cráneo casi estalla contra la calle o eso dijeron los “testigos”. Lo que quedó de ella en ese cuerpo se mantuvo hirviendo, por unos segundos, sobre el asfalto calentado por las miradas de los que vieron cómo la bufanda se desprendía de su cuello, repasaba un último movimiento y se acostaba boca abajo.


martes, 4 de enero de 2011

Dieciséis meses en seiscientas palabras



1

En este momento me tomás una foto. Veo el obturador cerrarse y hablás, pero los audífonos no me dejan oírte. Por algo son nuevos y por algo los compré. Para no oír a nadie.

Acercás la cámara, cerrás un ojo. A veces creo que nunca más oiré a nadie.


2

Cerca, mi hermana duerme en su cama y vos y yo acabamos de hacer el amor. En una ducha, de pie, con los ojos cerrados y con los ojos abiertos. Las cosas tienen razón para estar desacomodadas.

Luego le tomaste una foto a la constelación de lunares en mi brazo, decís que forman un venado. A veces solo vos decís las cosas.


3

Tengo miedo y hace calor. Se nos acaban las horas y los días corren todavía más rápido. Guardaste la cámara, prendiste el tele.

A lo lejos ruge el mar, como pidiendo un poco de atención. Pero no, mar, lo siento, para vos no estoy, sólo para ella.


4

Me acerco, justo cuando vas a tomar la foto y te mordés los labios. El viento corre por nuestro techo, intenta entrar por debajo de la cama y a veces hasta toca la puerta. Pero nosotros no abrimos, tomamos fotos. Nada más.


5

Si mañana vamos a la playa pasaremos todo el día viéndonos las puntas de los dedos pasar por cada parte del cuerpo, por las blandas, las duras.

Necesitaríamos que el sol hiciera silencio y que el mar se apartara para que nuestras cabezas se despegaran.


6

Te toco con la mano llena de arena, sepultada de pedacitos que pronto dejaré caer del cielo. Bostezás, porque anoche las pesadillas no me dejaron dormir.


7

Es temprano, pero a la vez queda poco tiempo, como si fuera tarde.

Hoy no se podrá cenar. Ya la ropa está mojada. Las cervezas escasean. Las palabras adecuadas se acabaron en la primer oración.


8

Las palmeras que se reflejan en tus lentes me han vuelto a despertar. Me das dos cervezas para que compartamos y abrimos nuevamente el libro aquel.

Alguna vez te dije que quedaba mucho tiempo y no te mentí. Alguna vez te dije que nunca te dejaría sola.


9

Esparcimos huellas por toda la playa, organizamos la evidencia líquida que nos sentenciará como culpables bajo el mar.

Toda esa arena fue cómplice. El sol cerró su carnoso ojo.


10

Todo está iluminado en esta playa. Todo nos señala, como si fuéramos las partes inexistentes de un enorme reloj solar.

Bajo el mar flotan los demás y ya se han comenzado a congelar.


11

Te toco el cuerpo cuando estás ondeando, entera, azul y umbilical.

Te digo que ya hay que irse. Que el viento afecta al mar. Que la fecha acompaña al malintencionado cielo de la playa despejada.

El mar suena adelante. El mar suena atrás.


12

Pronto celebraremos el año nuevo. Habrá fuegos artificiales, luces moradas por todas partes. Nos prometeremos cosas imposibles. Pero nos prometeremos cosas.


13

Cenamos y ya el tiempo se fue. En bus, ahogado, dejándonos al margen.

Muy cerca suena September 15 of 1983 de The Mountain Goats.

Me permito olvidar el silencio en las últimas horas.


14

El maletín ya está cargado de los nuevos lunares,
de las fotos que guardaré y borraré.
De la certeza de haber estado aquí y poderme ir.


15

Viajamos de vuelta y paramos a comer. Alguien corta la pizza y me pasa un pedazo. Las aceitunas son verdes y no te veré en 300 días. O algo así.


16

El sol está muy callado. El mar se comienza a apartar.

domingo, 2 de enero de 2011

Hyundai Galloper 2003

Sé que el carro se mueve porque vamos para Limón. También me lo señala la letra movida, negra, en el cuaderno y el camión que ahora mi papá raya, que dice Hamburg SUD a un lado. No sabemos qué lleva dentro.

En este día, pero en otro tiempo sé que Cortázar usó un suéter grueso, amarillo, porque había nevado en París y recién se había resfriado (Cortázar, no París, París siempre ha estado resfriado). Hoy yo también lo estoy, por eso no me importa el calor, ni ir a la playa y llevar zapatos.

Mi mamá dice Pase para que mi papá raye. Este camión no tiene nombre porque el bosque lo rodea y en el momento en que lo pasamos no es importante intentar adivinar el nombre de cada una de sus dieciseis llantas.

Como si supiéramos lo que es un juego, pasamos al baño de una gasolinera. Una libélula vuela alrededor del orinal, como si supiéramos lo que es un juego.

Sudo por el calor o la enfermedad o la imaginación. Me pica el hombro y todavía no me he quemado. Debe ser el calor, lo demás no da para tanto.

Oigo a Cortázar, que es como leerlo, pero llamándolo Julio. Desde su tiempo habla sobre una familia singular que vive en la calle Humboldt. Lo más cercano a eso, ahora que pasamos Siquirres, son los holandeses que también van en el carro.

Después del puente de Río Blanco, que bien no es el último pero que bien podría serlo, pasamos un depósito de contenedores, de bananos Chiquita, de MSC, de Maersk. De muchos Hamburg SUD.

Limón 3, Cahuita 23, Puerto Viejo 45. Pero yo voy más lejos y este lugar no sale en las letras verdes y plateadas que parecen una espalda de tortuga en la carretera.

Veo el mar por primera vez en este viaje, cerca vuela una avioneta. Del mar sale el falo herrumbrado de Poseidon y en mi cabeza y en la de los demás niños es el mástil de un barco que ya se ha ido.

Ahora sólo sé escribir sobre despedidas.