martes, 31 de julio de 2012

Yo cuando estaba bien



Yo cuando estaba bien te tejí un caballo, porque creí que con eso iba a estar todo bien para siempre. Pero no y entonces cambia todo, pasa el tiempo corriendo pero con una pata renca, como la del caballo que tejí.

Cambian las cosas, Dios es negado a diario, vos y yo ya no nos hablamos y yo estoy todo tatuado. Bueno, en realidad no tengo ningún tatuaje, pero sí me gustaría hacerme uno, pero me da un toque de miedo. Mi hermana tiene novio ahora, me costó un toque creerlo, seguro a vos también. ¿Qué le dirías a ella? “Ojalá no salga como Juan”.  Es posible. Pero tranqui, no me molesta, yo no quiero a más gente como yo. Yo no quiero a más gente.

Antes, yo no era así. Cuando yo estaba bien era todo flaco y usaba tennis o camisetas. Ahora es diferente, aunque use tennis o camisetas no es lo mismo, me veo diferente, como que no estoy, como si la persona de atrás caminara lento. Se ve raro cuando uso ropa de cuando estaba bien. No es lo mismo. A vos te conocí cuando estaba bien, creo. En esa época yo apenas comenzaba mi relación con Piyi, mi amigo azul. Él nos llevó a todo lado, a mí todavía me lleva a todo lado, pero ahora está como cansado, parece que se agita cuando sube cuestas, él ya no está bien, pero está conmigo. Lo he chocado dos veces a Piyi, una cuando vos todavía estabas cerca y fue mi culpa, otra cuando ya no tenía a casi nadie y ya no estaba bien.

Yo ya ni sé. El camino es esta cosa que empeora.  Ya no hago tareas, ya no saludo al perro de afuera (apenas si le hablo), como carne, como mucha carne ahora, fumo más, tomo mal. Porque la vida es corta, pero se hace larga. Siento como que alguien me dejó perdido, o como que me dejé perdido y ahora no sé si soy el que se fue o soy el que quedó de camino. ¿Se entiende? No. No importa.

Si yo tuviera algún superpoder me gustaría que fuera el de esconderme. Como Zelig. Tal vez así las cosas habrían salido mejor y no estaría hablando hoy de otras épocas, de cuando no le dirigía la palabra a carniceros, de cuando no tenía todo roto. Nos habríamos escondido en la panza rellena de algodón del caballo, seríamos lo inverso del de troya, dos personas que huyen de la emboscada del exterior. Con mi superpoder nos podríamos esconder de las cosas feas, de lo que sigue, de dejar de estar bien. Me hubiera gustado esconderme del haber dejado de estar bien.

Ahora no espero nada, la mierda es que eso igual me ahueva, pero esa es la idea con esto de ya no estar bien, creo.

viernes, 27 de julio de 2012

Nightfishing




No empieza mal, pero empieza con un gringo imbécil. O más bien, con alguien que espera a ese gringo. Otro gringo, para ser específico. Un subnormal, calvo, pro-bush y que no tiene amigos. Por eso se viene a sentar con nosotros, mientras el gringo imbécil (más imbécil) pesca red snapper a las 9 de la noche,  mientras nosotros fumamos un cigarro en el corredor del Hostal. “He’s nightfishing” – dice y a vos te invita a ir a la playa a esta hora, le decís que no, lo jodés, él no entiendo tus chistes, yo me encuentro incómodo. Él se pasa riendo, yo mido lo que dice y estoy a la defensiva, espero cualquier desliz, cualquier palabra que toque un punto sensible para cortarle la cabeza. Vos en una hamaca que se siente sticky, dirás esto 10 veces más durante la noche, que se extenderá hasta pasadas las tres. Rotan las personas que nos rodean. Los que estamos en este viaje juntos, nos vemos obligados a entrar y salir de cuartos huyendo de los gringos. Jacó es el Puerto Rico de Centroamérica.

Nosotros, al igual que el calvo, esperamos a amigos, pero los de nosotros sí son de verdad, no son amigos porque nos regalan marihuana o cerveza, aunque sí lo hagan. Llegan riéndose, estaban en la casa junto al hostal, compraron mota barata, les trajeron putas por si querían, eran jóvenes, yo pregunté si se veían putonas y alguien me regañó por la pregunta. “No, se veían normales” –me respondieron. Yo no conozco a ninguna puta.

Temprano habíamos caminado 50 metros por la playa para sentarnos bajo un techito, porque yo me quemo. Los otros se pusieron al sol de las 4 de la tarde a rogar por fuego. No lo consiguieron. Así que comenzamos la acumulación de cervezas vacías sobre la arena, la repartición de cigarros que a diferencia de los panes, nunca se multiplican. Por eso mismo, 8 horas después, cuando ya no había gringos a la vista, saldremos vos y yo a buscar cigarros. Cuando ya estamos en la principal, le preguntás a nadie y no nos sabe decir, nos dice que tal vez si caminamos 600 metros podríamos encontrar un súper abierto. Yo digo “jamás”. “¿Jamás qué?” – debiste haberme preguntado. Caminamos en silencio, cruzamos la calle amplia de Jaco Beach, entramos a un bar y compramos, por primera vez, cigarros juntos.

Los lapsos en que estamos acompañados y en los que estamos a solas se intercalan como fragmentos de películas que no se conocen entre sí. Es decir, a los ojos del espíritu santo, en un momento somos un grupo de carajillos que experimentan con drogas en la playa, que se asustan cuando les ofrecen perico, que tienen prohibido preguntar si las putas estaban ricas. Luego cambia el filme, dos puntitos temporales en la arena no se acercan mientras caminan pero se ven, en la cabeza de uno suena la banda sonora íntima de cualquier cabeza, en la otra, no se sabe, fuma sentada en la esquina de alguna calle, espera el café de la mañana, esa sos vos. Pero la mañana no vendrá al día siguiente, estamos lejos de casa y probablemente no sepamos cómo llegar. Mi cabeza es este televisor mal sintonizado donde películas se entrelazan sin razón evidente.
Cuando veníamos en el carro hacia Jacó decías poco y creo que yo hablaba mucho,  estuvimos en una presa por cuarenta minutos sin movernos, ahora que digo esto, ¿de qué estoy hablando? No importa. En la noche, hicimos lo mismo, quedarte callada es la forma en que decís mi nombre.

Y hay algo de desgastado en esta historia. Las horas que llegan tarde y se van rápido. Vos y yo, acostados mi cabeza cerca de tu hombro, tu cabeza flotando, siempre alejándose del suelo. Yo empiezo un ritual que ya debería odiar, el acercamiento metafísico, eso que vos no sabés, pero que significa “yo me quedé en tantos cursos”.

La noche, como todo, se acaba. A muchos les dejaría el sabor a tiempo perdido, porque la idea del beso de cabeza entre Spiderman y Mary Jane Watson en la primera película, estuvo instalada. Porque los cuerpos apuntaban en direcciones opuestas, pero las mentes también. Así que el sueño brota sin que nadie lo vea llegar, mis dedos en tu cuello, repitiendo el movimiento que nunca aprendieron verdaderamente durante las clases de guitarra. Vos caés dormida primero, yo me conformo con este tacto unilateral, por darte la sensación de lluvia en los hombros con mis dedos, mientras la playa camina hacia atrás, dejándonos.

Al día siguiente todos despiertan en sus camas a pesar de que una está vacía. Gran misterio para los que no estuvieron ahí. Nadie dice “desayunemos”, todos tenemos cara de merecer una ducha. Pasamos uno por uno por esa arcaica máquina contra la goma. Luego ellos se van con vos a la playa y quedo yo en una de las hamacas, sigue sticky, te digo telepáticamente mientras estás en la playa no viendo que releo los poemas que ya te leí ayer.

Vuelven en partes, vos primero, luego los otros. Ya tenemos las cosas listas para irnos, salís con ellos y yo vuelvo para cometer un crimen. Bueno, no sé si el hurto es un crimen. Un 27 de julio robo el primer libro de mi vida y es para vos. Siempre supe que ocurriría, pero nunca imaginé que sería en la playa, en un hostal y que no me lo dejaría yo.

No pude ver tu cara cuando te lo di, manejaba y debía concentrarme en que nadie nos matara. Ahora imagino el tamaño de tus ojos, que desde esta distancia adquieren proporciones mitológicas. ¿Te han dicho, alguna vez, el camino que recorren las mujeres de ojos grandes desde este lugar donde nacen hasta el país desconocido del que alguna vez salió esa mujer que nunca fue invitada a jugar? Una lástima, una historia triste. Así debería comenzar la próxima historia que te cuente, no hablarte sobre perros que no saben ladrar. Soy torpe y es vano creer que cuando nos volvamos a ver ya no seré así.

Siento que me faltó hablarte en la noche sobre un montón de cosas, como del fresco de cas o de mi forma confusa de organizar los libros. Te digo, ahora, que cuando manejaba espiaba por el retrovisor, jugaba solo y en peligro cuando cruzábamos el kilómetro 51, ustedes iban tan tranquilos cantando y yo jugaba solo y con sus vidas, y ¿por qué? Por ver lo que cantabas en esa, mi esquina buena.