Si decís que sos bueno, estás
mintiendo. Si decís que no te metés en las relaciones de otras personas, mentís
aún más. Y es que hay algo en eso que te gusta, en encontrar hechos torcidos
que suceden y amarrarlos juntos, no a tu conveniencia, sino con un fin estético
que creés tener. Te gustan las cosas raras, te decís. “Bueno, no, las
peculiares, las especiales” – te corregís.
Estás manejando mientras pensás
estas cosas, la radio te habla poquísimo a esta hora, te das cuenta que no
deberías seguir en la calle. Acabás de tomar esa ruta que tu padre hizo por
mucho tiempo: pasás por el centro de Heredia, no te preocupás por el tren,
llegás a la Pozuelo y luego es un brinco por circunvalación. Es fácil
desplazarse, te es fácil desplazarte.
Ya en tu casa recordás con algo
de pena que le contaste de Rafaela y del conejo en escala de grises que
imprimiste en tu primera carta de amor. Dijiste también que no sos un gato, que
sos un perro, ella dijo que no, que obediente no sos. Y es verdad eso, pero le
decís, “no, yo soy un perro, pero el perro más hijueputa, el que si lo dejan
hacer lo que quiere hace un mierdero”.
Mentira, no le dijiste eso.
Bajaste la cabeza y dejaste que hablara, medías tus pasos, como hacen los
perros más hijueputas. Los mismos que preguntan a las mujeres, en un tono de
falsa inocencia, de ingenuidad aparentemente innegable “¿Qué estoy a punto de
tocar?”.
Hoy mentiste mucho, pero más que
todo dijiste la verdad. No te arrepentís, eso ya no va con vos, te has desapegado
y has aprendido a aceptar lo que duran las cosas. “Tres minutos para algunos es
una eternidad” – te decís pensando en el lóbulo de su oreja, en el roce con más
cariño que has hecho contra la piel de un cuello. De ese cuello.
Ya es tarde. Estás en la hora en
la que los mangos se caen de los palos. Tenés que ir a dormir, recuperar las
energías perdidas durante el día. Por un momento te parece bueno que ya sea
este momento, que irte a acostar y desprenderte de tanto que tenés en la cabeza
sería bueno. Pero hoy no será tan fácil.
Te quedan dudas en la cabeza. ¿Es
eiti una forma poco acertada de llamar a un número? ¿Mañana evitarás explicarle
a alguien que tuviste una gran noche? ¿De quién hablaba la obra que vieron
juntos? ¿De ella o de vos?
Realmente, más que todo, lo que te
queda es la idea flotando de aquel poema que mal le recitaste, ese que se llama
algo así como “El amor es una serie inclusiva”. Esa sensación no te la quita
nadie.
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