jueves, 7 de octubre de 2010


Y si apago la luz

Y si me quito los anteojos

Y si tiro la cobija por encima del pecho frío y de las muchas almohadas que disimulan algo que no quiero nombrar

¿Qué significa que llueva tanto de noche?


Los días empezaron a aparecerse impares y llegó la obsesión de llevar cuentas y el registro y las horas y por qué sí o por qué no. Era todo producto del miedo.

Era miedo, sí, de eso estoy totalmente seguro. De que los ojos se desarticularan cuando nos volviéramos a ver.

Recuerdo un día en que te pedí que vinieras, que caminaras hasta acá. Pero no, había examen o trabajo o cuentas pendientes o era un mal día nada más. Me habían echado de la Universidad y era un mal día y mi casa se parecía demasiado a un grillo gigante y te comenzamos a dar miedo.

Mientras me registraba en un cuarto con agua fría, decidí llamarte una vez más. La ducha sonaba al fondo y eras vos o era yo el que se preparaba para entrar. Te dije que te extrañaba, que me hacías falta o que me harías falta, no sé, no importa. Luego entraste a la ducha y no colgaste y oí cómo el agua cruelmente me borraba de tu cuello, de tus uñas de los pies, de ese lunar africano en uno de tus hombros. No sé si fue ese día, perdoname por no acordarme, pero ya solo soy una nube dispersa que te flota cerca.

Ahora ya estoy en el cuarto, esta delicia de mala muerte que alquilan por cinco mil colones. Cuando me registré, la señora me dijo que me veía mal, que mis párpados parecían inseguros, que mis muñecas eran un río de huellas groseras, que mi columna apenas si se sostenía. Le dije que sí, que me acababan de echar de la U, que ya mi casa se había fugado y que estaba muy solo. Me tomó de la mano y casi vi a mi madre. Me dijo o le dije adiós, como quien se despide de un pequeño fantasma. Apenas es lunes y mi pelo está sucio de nuevo.

El cielo raso del cuarto no existe, pero tampoco se ven estrellas, las nubes pasarán muy bajas por aquí. La cama es una medusa húmeda que juguetea con mis piernas, por eso me acosté en el piso, hecho de lagunas y huellas de hormigas que alguna vez lo atravesaron. Cuando duermo lo hago muy cerca de la puerta y corro cuando oigo a alguien caminar por el pasillo. Todavía no he tenido que levantarme.

Recuerdo aquel día y ese día es ahora porque pasa la misma niebla. Me levanté del piso y dejé un gran banco de arena. Caminé hasta el baño y me eché agua en la cara. Le quité el seguro a la puerta y apagué todas las luces. Me acosté sobre esa almohada sucia y ese fuego lento.

Dormir no es una opción, ni siquiera ha sido presagiado por esa mano que parece acariciarme cuando parpadeo. Estamos condenados a imaginar. Que lo tuyo era mío, que lo mío era algo. Una estructura cruel e irrenunciable, casi como la mente.

Compartimos un bar, compartimos la vida a ciegas, la justicia de tus senos que ya hacen falta. Ahora los días son muchos. Te espero como aquella imperfección en tu mano y me digo que ya venís. Te juro que acabé con todos los grillos.

Cerca de este cuarto pasa un tren y lo hace temblar. Afuera hay un graffiti enorme en forma de hoguera. La ventana es un simple triángulo. No hay como perderse.

Cuando es demasiado tarde o demasiado temprano suelo ver por debajo de la puerta. A veces me pregunto a quien le han dejado migajas de pan afuera.

Soy un fantasma en este cuarto a solas. Al techo le han salido raíces.