sábado, 20 de junio de 2009

De lo insuficiente del tacto.

Hoy trazo una línea. Termino un círculo. Acabo un libro. Cierro una gaveta. Y ahí acaba, no hubo más de eso y no creo que deba ser así, pero yo no puedo hacer nada. Acabo de despedirme, de echar el último adiós y que el aire lo absorba, ya lo veo irse, el aire se lo traga, lo vomita, tal vez saldrán tres flores de ahí. No sé qué será eso de las ausencias necesarias, de los silencios que por tácitos joden más la vida, porque por más que yo quiera aprehender esos momentos que se me pasaron; picha, eso es, se me pasaron.
Fácil, como quien no se acuerda de cuál fue el primer árbol que abrazó, que no sepa quién le dio su primer golpe, que uno no entienda porqué al rombo no le pusieron un nombre más bonito. Es esa falta de aprehensión lo que más duele, lo que más sofoca una vida llena, una vida amplia, que por falta de una cosa, ya se desplaza, se revienta, estalla en la nada, para dejar brechas, para cumplir brechas.

Yo tomo un pequeño momento para remembrar, para por fin llorar por cosas que sí importan, para que las lágrimas mueran con cometido. Yo nunca supe eso de sentir, pero por acá dentro, algo pasa.