jueves, 1 de diciembre de 2011

Un día antes de diciembre


Si vieras.
Dos semanas de temporal
borraron la huella ocre
de las macetas


L. Chaves

Se pone mi abrigo. Toma con sus brazos el interior del día y de mi saco negro, ese cobijo agotado por todos los días en que desisto de la cama, y salgo a la calle a enfermarme.

Ella inclina su cabeza en ángulos imprecisos e inseguros hasta tocar con su oreja mi hombro, que le agradece. Estamos en un pasillo de una universidad de pasillos. Nos podemos ver, podemos notar cosas graciosas y secretas en el cuerpo del otro. Un lunar mal acomodado, unos labios que parecieran pequeños, pero que no lo son, una gran mirada indefinida, con paredes en todas partes.

Es una tarde de Diciembre, en Noviembre. Rompemos los bordes, pasamos de algo que parecía una visita guiada, a dos nativos que se han conocido en un sueño. Estamos cerca, como Noviembre tocando la mano de Diciembre, en una tarde en que no hace tanto frío, pero donde alguien se pone un abrigo más e investiga los olores que la otra persona puede traer.

Entre nosotros, la gente. Mucho espacio, unos párpados que solo deberían servir para abrirse, un hueco que se llena con dedos apretados, cuerpos que se cruzan y se despiden, hombros rotos, ojos rotos dentro de una boca. Hace tan solo una semana nadie se conocía. Ahora ya hemos repetido ese pasillo aplastado, ya hemos descubierto en el otro alguna forma de respiración, de comodidad inesperada.

Para esto no hay ley. Hay extremos de un largo corredor que se conecta. Hay canciones que caen en los oídos como lluvia y nos ayudan a dormir.

Estoy en una cama que cruje y libros me golpean la cabeza. Hace tan solo unos días nos hablábamos tranquilamente, ahora los cuerpos desaparecen como siempre.

Es diciembre, ahora ella está donde el aire se calienta en el día y en la noche. Su cuerpo suda, la figura blanca y delgada se cubre de una pequeña capa perfumada que no conoceré. En realidad, poco importa eso. Lo único que importa es la posibilidad de raptar uno o dos pensamientos, durante las horas de consciencia, mientras la madre llama e insiste que coma más, mientras el hermano cuenta historias que vivirá como ingeniero aeronáutico, mientras una sombra camina y abre puertas por la cabeza de ella que suda, en su calor de playa.

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