it's okay...i'm just a
kid
Hay una gran energía en estas
conversaciones, donde se habla de cosas prohibidas, de cosas que parecen mentiras que uno
le fabrica al otro para ser felices por ratos. Son las conversaciones del
mercado negro del cerebro, donde se muestran y esconden lo que la esperanza hará
inalcanzable.
Le menciono una canción, como si
hablara conmigo mismo. Volvemos a ese idioma ambiguo como si estuviéramos
dentro de un pájaro, de un búho que se recuerda en el día. Las plumas son hojas
enormes que cuelgan del cielo. Hay ojos por todas partes, ojos que te ven, eso
lo he sentido siempre.
Estamos dentro del terreno
ambiguo donde mi cerebro se vuelve la figura más irregular del hogar. Por ahí
paso todos los días, veo adentro, a través de las ventanas que ya se sientan,
cansadas de tanto esperar y ver pasar gente. Ese cuerpo acostado es una casa, donde
se habla el idioma roto que ha salido de mi lengua, una rama doble que acosa los
puntos intocables de la mente.
Un movimiento lento y lleno de
chispas rescata al juego, evita que roce el cuerpo, monstruoso y lleno de mensajes,
de la realidad. Con un movimiento sutil, de pestañeo, de mano que suelta la
espalda baja del otro, borramos las huellas del espacio propio e imaginario,
los dos cuerpos desaparecen. Nadie podrá entrar a la mente y encontrar boronas
de pan regadas encima de la alfombra. Si alguien entrara, lo único que
encontraría serían puntos inconclusos, una puerta aceitada, dos o tres docenas
de gatos que piden alimento.
Es curioso. Esto sucede en una sola
cabeza, una que se llena de invitados hasta parecer parte de algún instituto
de ayuda mental. Pero eso está bien, no hay llanto, nadie se queja por encargarse
de la compañía propia. Esta consciencia no dura casi nada, lo mismo que el
mirarse de reojo en el espejo, lo mismo que el notar que las medias no combinan
con la mirada propia que ya se va enfriando.
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