La casa alcanza a llenarse con el
calor. Gira despacio el ventilador de la sala, que parece una persona que se
acerca lentamente, alguien a quien desconozco. Una pareja de flores hacen la
luz de la habitación, guindan en la pared sin ver a nadie. Discos transparentes se apoyan para hacer puertas. Estamos
reunidos en familia en este punto sudoroso que se llena de polvo cuando abrimos
los ojos.
Un rompecabezas se acuesta de
espalda al suelo. Lo vemos todos los días cuando bajamos a desayunar, cuando
intercambiamos llaves para organizar, de la mejor forma, la salida y entrada a este sitio que juega a encerrarnos. Ésta es la casa de nadie.
Exuda no es una palabra. Alguien
dice.
Tomo lo que me dan. Una coca, una
cerveza, tres cocas largas que hay que atravesarse, como si fueran zancadillas.
Nos juntamos para comer en casa,
a pesar de que resuena en mi cabeza “el gato está echado”. El perro ladra. No
sabe bajar gradas.
La familia se refleja como una
sombra en las puertas, están cerca. Van al súper, traen bolsas, traemos bolsas
del súper.
La casa alcanza para un mes,
quizá un poco más. Llevamos días enteros ensayando la vida que ya pasó. Somos
esa familia que fue una familia por muchos años. Acá hace calor, para eso está
el ventilador. La pasamos bien, pero
cómo hace calor.
Gira despacio como una persona
que se aleja.
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