Yo antes no escribía así. Escribía diferente. Llevo todo el día pensando en eso. Y, meses antes, que no es un antes que la gente usualmente tome en cuenta, escribía diferente. Escribía sobre gatos enormes, que olían a pelos largos, corriendo por una ciudad sola. Mi ciudad sola, de nadie más. También escribía sobre estos otros animales que se pelean con las cosas que ocurren en la cabeza de un hombre durmiendo solo a la par de una mujer que no escucha. Es decir, escribía sobre las cosas que no suceden donde deberían suceder. Una escritura escapista, por más que la palabra me parezca el estigma más grande sobre la libertad de escribir. Pero en mi caso así era. Todo me aburría. El ir y venir dentro de una suciedad que se llama San José.
Así que por eso se me ocurría escribir sobre toros perdidos en los patios de barrios cualquiera o sino hablaba sobre las vacaciones padre e hijo que acaban en el segundo almorzándose al primero. Por ahí también habrá habido meseros con forma de conejos. Pero ya no es así.
He caído sobre el bulto que es entusiasmarse. Vivir en la distracción que es alegrarse, todavía solo, pero no tanto como antes.
Hundido en la vanidad de creer que las cosas se darían como yo quisiera he vuelto la mirada sobre lo real, no lo realista, cabe la aclaración.
El otro día te hablaba sobre este poema de Rexroth
En sólo un minuto nos diremos adiós
Me iré conduciendo y te veré
Cruzar el bulevar en el espejo retrovisor
Quizás distingas mi cabeza
Perdiéndose en el tráfico
Y luego nunca jamás nos volveremos a ver
Esto ocurrirá en sólo un minuto
Y creo que justo sucede ahora, cuando más embriagado estoy. Yo, que nunca me embriago, por más que intente tomármelo todo. De golpe, de un trago, como si un río me lloviera adentro. Ahora que por fin puedo volver a verme las manos y decir que está bien que estén ahí, te me empezás a desvanecer con la aceleración del humo.
Esto que escribo ahora no lo hago para estremecerme. Ya lo estoy. Ya me creció en el balcón de los párpados este setiembre inamovible. Un mes que se compone de las cervezas que me tomé con vos y de las cervezas que me tomé sin vos.
Justo ahora, cuando nos vimos hace poco, hace unas horas que parecen máquinas que nos apartan, tengo la necesidad (por ponerlo en palabras diminutas) de que la teoría Rexroth no se cumpla.
Esa tristeza que se me viene precipitando desde que te tiré en la mesa mi niñez. Tenés que acordarte, porque me viste llorar, porque no había forma de que no vieras esta enorme masa flaca metida en una camisa a cuadros con la cara empapada.
Eso mismo. Te he dicho las cosas indebidas. Me he sentado frente a vos con las piernas entre el aire y las tuyas. Por eso ahora te digo que cerrés las cortinas, que no salgamos nunca más al ventolero.
Alexánder Obando decía en su mejor poema que vivir solo es “tratar de convencer a los amigos de que aún es muy temprano para tomar el bus, y llegar a la torpeza de mentirles respecto a la hora”. Y creo que no hace falta que te diga más, con tantas veces que me quedan por decirte que no te bajés del carro todavía, que ese que se asoma no es Miguel, que aquel que te busca no ha llamado todavía a tu casa.
Por eso digo que yo antes no escribía así. Antes no sentía que estaba diciendo algún tipo de verdad, mucho menos la mía. Eso me hará falta, no sentir la posibilidad de agotar mis dedos en tus manos, estando a la par o estando lejos como ahora.
Y sí, las letras son poquito, cualquier persona que lleve tiempo escribiendo te lo puede decir, pero no queda más, solo así se vive en esta piedra, dentro de este torso que se acuerda de la forma en que tu oreja izquierda se apoyó, causando la misma presión que cuando se mira la orilla del mundo.
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Ya no quiero que estos textos sean el músculo que sostenga algo tan complicado, tan hambriento, tan necesitado de que mostrés algo más que tu liquidez diplomática.
Así que te doy la oportunidad ahora mismo, que leés esto. Escribime, si eso querés, que no va más. Si eso querés, mandame un mensaje que diga “De aquí, no pasás”.