Así se llama un cuento para chiquitos que
escribí. Es decir, es para mí. A veces me gusta escribir para mí (siempre). No
para amigas, pero la verdad eso no importa tanto, tener amigas es bueno. Chicho
no tiene la nariz grande, como en algunos dibujos que ilustran el cuento, pero
sí los ojos, para verme cuando cierro los míos y digo tonterillas. Decir
tonterillas es bueno. Casi nadie escribe para chiquitos, la gente que dice que
lo hace no lo hace, son solo gente vieja que cree que los chiquitos son una
cosa, cuando son otra. Yo sí conozco gente que escribe para chiquitos en serio,
pero ya están muertos. Se murieron a los 25 o 27 y todavía los extrañan en
Guatemala.
Yo seguro ahorita me resfrío, estoy en alitas
de cucaracha. Yo siempre estoy en alitas de cucaracha. Como cuando manejo y
creo que la moto de alguien me sigue. O cuando entro en una rotonda y una grúa
grande sin luces acelera y no me quiere ayudar, quiere molestarme, asustarme,
gritarme cosas que solo las grúas gritan. “Váyase a la casa” – me gritan. “Sí,
para allá voy, ahorita llego, a quinientos metros de acá tengo que doblar a la
izquierda, sigo un poquito más y llego” quiero decirles eso, pero mejor no,
mejor sigo como si nada, y las grúas grandes sin luces se van y las motos de
alguien también se van. No creo que se vayan a donde Chicho, casi nadie sabe donde
está Chicho. A veces me dan ganas de preguntarle que dónde está, pero mejor no
lo hago, porque seguro es una tonterilla hacerlo, entonces me voy a mi casa y
no como nada, porque no consigo amigos que me acompañen a comer y si uno no
tiene amigos que lo acompañen a comer eso significa que uno no merece comer,
porque ha hecho algo malo, entonces le toca manejar hasta la casa, preguntarse
solo dónde está Chicho, qué hizo Chicho hoy, por qué Chicho está allá y no acá
cerquita, como me gusta que esté Chicho.
A veces me salen nombres raros cuando escribo,
como Jorge. Y entonces me dan ganas de escribir sobre un personaje que se llame
Jorge, pero luego me digo que no, por que no sé quien es Jorge. Bueno, tampoco
sé muy bien quién es Chicho y acá estoy dándole vueltas a la pregunta. Pero sé
cosas de Chicho, como que tiene los ojos grandes y que la gente vieja no conoce
esos ojos. Hay que ser pequeñito para conocerlos, poder metérsele a Chicho
detrás de la oreja y decirle cosillas.
“Estoy en mi casa”, Chicho no dice eso hoy.
Chicho escribe a veces y dice cosas bonitas, pero no las dice en realidad, solo
las escribe. A Chicho le cuesta decir cosas bonitas y eso puede preocupar a la
gente.
También a veces se le pierden las cosas, pero de
eso no trata el cuento, pero es un dato importante, sí sí. Ahí, afuera, en la
nieve que no cae pero está, a Chicho se le pueden perder cosas, no porque sea
todo blanco, sino porque casi no toma y cuando la gente no toma tiene mayor
tendencia a acordarse de que se le olvidó algo. Eso dicen los estudios que yo
consulto, que no son muy elevados ni importantes, pero son los que me sirven a
mí a esta hora, cuando ojalá Chicho esté durmiendo, en una cama grande y que no
se le hayan resbalado las cobijas y que ojalá no tenga zancudos molestando.
Chicho podría contarles sobre otro cuento que escribí
pero no sé si lo conoce. Es bonito, habla de un pueblo en otra provincia, donde
vive y ha vivido gente. No suena muy bueno, ni muy interesante, y eso está tan
bien que no quiero decir más. Ese cuento es una cosa solo para Chicho.
Chicho tiene un secreto que yo conozco un
poquito. Está en el interior de sus muslos (alguna gente le llama a eso la
entrepierna pero a mí no me gusta ese nombre). No sé quién más lo conozca y
espero que nadie más lo conozca y que así ese secreto sea más bonito. A veces
me da miedo que nadie pueda lavar mi boca de estas cosas que digo, pero luego
se me va el miedo y entonces me doy cuenta que no es un miedo grande que tengo,
como los otros que sí son grandísimos y me ponen a decodificar mensajes en la
música o en la ropa de la gente y a obsesionarme mucho hasta que me acuerdo de
algo bonito y se me va el miedo otra vez y qué dicha. Se pueden construir casas
en las pestañas de Chicho.
Yo conozco a otro Chicho que sí se llama Chicho
y que no tiene otro nombre más bonito. Me llevaba a desayunar tempranísimo y
tenía buses y ahora ya no, pero ahora tiene más plata y ojalá sea feliz. Tiene
cara de pez mafioso. Eso me dice mucho y si Chicho conociera a Chicho
entendería lo de pez mafioso. Pero Chicho del cuento no tiene cara de pez
mafioso, tiene cara de usar vestidos aunque nunca le haya visto uno, tiene cara
de juntar frutas secretas que yo no conozco y dármelas luego. Chicho tiene algo
en el pecho que no se puede tantear con la mano, algo que uno tiene que
escuchar, preferiblemente con la precisión de los simulacros. Solo así uno sabe
lo que Chicho, cuando hay una luna enorme en el cielo aunque no se vea, quiere.
En este momento me imagino a Chicho como los
últimos ratos de la última vez. Un cigarro en sus labios, mi mano que se
esconde debajo de su camisa, que huele a Chicho, mis ojos desconectados de la boca
que se esfuerza por hacer un sonido bonito mientras mi mano desabrocha su
pantalón. Luego un abrazo que se prolonga hasta que amigos recién hechos se
duermen. Me doy cuenta ahora que estoy mezclando momentos con Chicho, pero no
importa. Aquel que no entienda lo que es sentir la falta manos para tocar todo
lo que es Chicho, por dentro y por fuera, lo digo con grandísima certeza, no mereció el nacimiento.
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