Sé que el carro se mueve porque vamos para Limón. También me lo señala la letra movida, negra, en el cuaderno y el camión que ahora mi papá raya, que dice Hamburg SUD a un lado. No sabemos qué lleva dentro.
En este día, pero en otro tiempo sé que Cortázar usó un suéter grueso, amarillo, porque había nevado en París y recién se había resfriado (Cortázar, no París, París siempre ha estado resfriado). Hoy yo también lo estoy, por eso no me importa el calor, ni ir a la playa y llevar zapatos.
Mi mamá dice Pase para que mi papá raye. Este camión no tiene nombre porque el bosque lo rodea y en el momento en que lo pasamos no es importante intentar adivinar el nombre de cada una de sus dieciseis llantas.
Como si supiéramos lo que es un juego, pasamos al baño de una gasolinera. Una libélula vuela alrededor del orinal, como si supiéramos lo que es un juego.
Sudo por el calor o la enfermedad o la imaginación. Me pica el hombro y todavía no me he quemado. Debe ser el calor, lo demás no da para tanto.
Oigo a Cortázar, que es como leerlo, pero llamándolo Julio. Desde su tiempo habla sobre una familia singular que vive en la calle Humboldt. Lo más cercano a eso, ahora que pasamos Siquirres, son los holandeses que también van en el carro.
Después del puente de Río Blanco, que bien no es el último pero que bien podría serlo, pasamos un depósito de contenedores, de bananos Chiquita, de MSC, de Maersk. De muchos Hamburg SUD.
Limón 3, Cahuita 23, Puerto Viejo 45. Pero yo voy más lejos y este lugar no sale en las letras verdes y plateadas que parecen una espalda de tortuga en la carretera.
Veo el mar por primera vez en este viaje, cerca vuela una avioneta. Del mar sale el falo herrumbrado de Poseidon y en mi cabeza y en la de los demás niños es el mástil de un barco que ya se ha ido.
Ahora sólo sé escribir sobre despedidas.
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