En la ventana caen todas las gotas del mundo, es como si la gravedad no las jalara hacia el suelo, sino hacia adentro de la casa. Los truenos suenan como una puerta trabada en el piso que uno tiene que arrastrar. Una de esas puertas necias.
Hoy está cayendo granizo en mi
casa, heavy. El suelo suena cuando caen los granizos, así de seria es la vara. Es
como si hubiera algo raro, porque el otro día también tembló. Hoy el techo
suena como si tuviera mil gatos y me acuerdo que la última vez que cayó granizo así yo
tenía 5 y no conocía a nadie, eso te incluye a vos.
Y afuera en el patio, llevando
agua y golpe, mis dos flamingos. Ya un toque desteñidos, pero aquí por dicha nadie
los desprecia, los queremos igual que antes, ellos ejecutan sus movimientos en
un espacio seguro. Sus movimientos son un gran leve temblor.
Acá afuerita, en el corredor, leo
un libro que se llama “Mañana nunca hablamos” y sí. ¿Leés algo ahora? ¿O ya no?
Al rato ahora solo pintás y eso está bien, no te recrimino nada, bueno, a veces
ando de malas y pienso cosas feas, pero ya no me detengo tanto en eso. Tal vez,
ahora, todos deberíamos estar felices, a vos seguro ya nadie te dice que eras
fea a los 9 y eso siempre es ganancia. Todo es parte de la evolución, ¿no?
Mi casa se ha llenado de zancudos y siguen las arañas de siempre (porque se puede evolucionar para mal), pero vos ahora tenés un McDonald’s nuevo, cerquita de tu casa, podés ir caminando como hacíamos para ir al súper a comprar cervezas o cuando íbamos a comprar cajitas de pasta. A pie nos quedaba poquísimo, ese súper, el parque donde tu hermano jugaba fútbol a veces, el video donde sacamos todo lo primero que vi. Y es que hoy no es que sean otros cien pesos, son 18 meses de distancia (al rato y más). Entonces yo lo que hago es pelear poquísimo con lo que tengo, solo agarrarme fuerte, porque lo que se tiene más seguro, lo que uno tiene de fijo, es lo que más hay que cuidar.
Y mirá, si te pudiera dar un cd
con toda la música linda que tengo ahora. Pero para qué hablar de eso, ya de
eso he dicho mucho.
Vos con tu Mac nuevo y seguro con
otras cosas nuevas. Unos zapatos que tal vez un hombre te regaló, que usás, que
no te quedan muy chicos, que no son morados, como todo lo malo que tengo
adentro. Digo, tenía, como ahora le decía a Jose, que es el único amigo que nos
queda, le contaba de las cosas que tenía adentro, que me las imagino moradas,
“descompositoras” de la gente. Esas que me digo que ya se fueron para darme
fuerza, para darme un abracito que ayude a alejar a las cosas malas.
Porque eso es lo que más ocupo
ahora, no estar cerca de llorar, buscar la forma que Navidad no sea el año
pasado (irme corriendo en un avión). Busco, con lo fuerte que todavía me queda
adentro, saber cómo perdérmele a lo feíllo. Sentarme afuera, ver a mis dos
flamingos mecerse acompañados. Esto, que probablemente nunca verás, es justo
eso.
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