Mis papás nacieron en una casa amarilla que yo no
conozco. Eso sucedió antes de que yo apareciera, obviamente. El barrio estaba
todo pintado del mismo color, bueno, por lo menos así se ve en las fotos, que
son todas viejas porque yo no había nacido. En realidad yo me imagino que así
son las fotos, porque tampoco es como que alguien me ha enseñado fotos del
barrio de cuando yo no estaba vivo. Hacer eso sería peligroso.
Solo una vez, me acuerdo que pasamos al frente
de la casa y me la enseñaron. “Nosotros antes vivíamos ahí” – dijeron mis papás,
no al unísono, nada más hablando normalmente, uno lo dijo, el otro en un
movimiento reflejo y telepático levantó la mano y señaló. Yo vi una pared larga
y amarilla, luego el comentario de mi mamá “antes no tenía rejas, nosotros le
pusimos una tapia atrás porque daba a un cafetal”. A mí nunca me ha gustado el café, y yo en esa época no conectaba bien las ideas, como ahora.
Es posible que otros días yo haya pasado al
frente de la casa y no la reconociera. Como ayer (honestamente eso fue el
domingo y no ayer, pero últimamente siento que las cosas solo pasan ayer). Entonces
digamos que fue ayer que estacioné en ese barrio, era de noche, hace un montón
que no andaba por ahí (en realidad últimamente estoy yendo mucho, pero eso es super
reciente y todo bonito). No me acuerdo cómo era la casa frente a la que
estacioné, pero me acuerdo que había un cafetal cerca y que me metieron una
mano en el pantalón, antes me habían bajado el zipper y antes de eso me había
llegado el olor de una mano que olía como a coco y cigarro. Pudo también haber
sido su pelo.
Cuando mis papás vivían por aquí no tenían
roommates. Bueno, ellos eran sus propios roommates y luego llegó mi hermana y
fue feliz por un rato. Luego nos fuimos de la provincia para la capital. Y eso en
este país significa tan poquito que no sé para qué lo cuento. Nos vinimos a
vivir (lo digo así porque yo ya casi estaba cerca) a donde vivía un montón de
gente que ahora sé quienes son. Por acá están mis tíos y tías, mis primitos, mi
abuela, ahora viven mi abuelo y la hermana también, hay borrachillos que antes
no eran y yo los vi irse deshaciendo (¿alguien me habrá visto a mí deshacerme?),
ahora andan sin bañar, con polvo en la cara y no estoy exagerando, sus caras
ahora están hechas de polvo. También hay una iglesia rara que se llama Nido de
Águilas del Nido de Águilas, o puede que no y solo sea el recuerdo de una broma
que tenía con otra persona, alguien que ahora vive en el barrio de mis papás, pero en
el de los ochentas, no el de ahora, es decir, vive en un lugar donde yo no
estoy vivo. Suena música de los ochentas cuando paso por ahí y veo casas que
pudieron ser mi casa, pero que ciertamente no lo son o por lo menos ya no. Acá
hay algo que se entrelaza.
Tengo una amiga en ese barrio. Solo una. No sé
qué tan cerca de ella estará la casa de cuando mis papás eran felices pero
diferentes. Ojalá no muy cerca. No me gusta el olor a muerto. El de la gasolina
sí, pero no sé qué tiene eso que ver. El cuarto de mi amiga no sé de qué color
es. Puede que siga siendo azul como se lo pintaron con intención equivocada
cuando nació (los doctores no saben nada) o puede que ella, como reproche al
pasado, lo haya pintado rosado. Yo también sigo peleando con el pasado. También
es posible que el cuarto de ella sea blanco como el mío, que sirve para pasar
desapercibido. Me gustaría pasar una noche ahí, en ese barrio de otras gentes,
y que en la mañana mi relación con el barrio siga igual, o por lo menos,
parecida, que no me empiece a acordar de los recuerdos de otras personas. Que no
empiece a contar anécdotas de gente feliz que quiere a su barrio. Nada más me
gustaría despertarme y olerme las manos y el pelo y que me huelan como a
palomitas.
Hasta ahora, nunca había andado de noche por ahí.
Vieras que no suenan perros, no sé si podría vivir así, en un lugar tan
tranquilo, sin gente enemiga, sin ventanas que se inclinan sobre mi patio, sin
un caballo fantasma que camina por el cafetal y asusta a mi perro. Ahí hay
poquita gente en la calle, en los parques hay gente que fuma, pero casi no hay
nadie.
De cuando era pequeño yo no me acuerdo de casi
nada. Es posible que en alguna visita a la casa de mi tía, que vive cerca de ese barrio, hayamos tenido que desviarnos para evitar las presas mientras nos devolvíamos a la casa, casualmente
terminando en un punto de ese barrio y en ese momento yo haya dicho que me quería quedar a
jugar. Es poco probable, pero de nuevo, no tengo memoria de que no haya sucedido,
así que tal vez mis papás frenaron, nos bajamos del Honda azul, “el Hondilla”
le decía mi papá, y pude jugar ahí, en ese barrio, donde mis papás nacieron
como papás.
Luego de eso, seguro yo me monté al carro todo despeinado y feliz, seguro solo sonreía, así le dicen mis papás a estar feliz.
Luego de eso, seguro yo me monté al carro todo despeinado y feliz, seguro solo sonreía, así le dicen mis papás a estar feliz.
Tal vez si en ese barrio hubiera habido un
pedacito de río cerca nos hubiéramos quedado más. Yo hubiera nacido ahí y no en la
capital, donde las cosas no han andado tan bien. También hubiera conocido a mi
amiga antes, que eso es importante porque ahorita seguro me voy y no de vuelta
a la capital, como hago a la medianoche, luego de que di vueltas por su barrio,
luego de que escondí mis manos en lugares lindísimos. Si no que me voy más
largo.