Las arañas están hinchadas, se
les ha caído el pelo y se ven lindísimas. Limpio ceniza del teclado, grito
jueputa, no quiero ver lo que veo, la araña mayor, crecida, de piernas largas,
que sale de noche y luego vuelve a meterse debajo de una silla debajo de la
cabeza.
Las arañas de mi cuarto se han hinchado. Ayer llegué a las 3 am, ya era hoy.
En el cuarto camina una por la
pared, no me ve, la pared no tiene cosas puestas como pasa en los barcos que se
hunden. Ahora sí me ve, con los ojos hinchados, la nariz tristísima. En otras noches ya me ha mordido la cabeza.
Me alisto para dormir, coloco 13 almohadas vacías sobre la mitad de la cama que todavía queda, ya es de
día. Busco por las paredes del cuarto a las arañas hinchadas, no las veo. Hoy
se han quedado afuera del cuarto, no han vuelto. Tengo fotos de ellas riéndose,
con las manos en la cara. No es mentira, podría enseñarlas, pero no quiero. Son
mías.
Me despierto, ayer nadie me
visitó. Conocí a una cosa pequeña mientras hacía fila, pero creo que no va a
importar, como pasa casi siempre. Todavía no entra la noche, ya casi. Queda
media cama en el piso, salgo del cuarto, miro hacia atrás, no hay nadie por ahí,
no hay una serie de ojos espaciados que me ven con ternura, ya no.
.
.
.
Pobre perro, te faltaron algunas
cosas que decir. Estarás afuera, esperando, unos días más, las arañas no
vuelven, entendelo, tienen que tejer cosas bonitas, vos no ayudás para eso. Mejor
buscate algo para guindar en las paredes o aprendé modales de mesa, que ese
cuarto tuyo es imposible de habitar, dejá para otro día el salir corriendo a
abrazar, el esperar bichos que ya no vienen.
Cruzá las piernas, sentate con la espalda
recta, mirá por la ventana, fumate un cigarro, quedate en paz, perro, dejá de hacer
como que alguien te llama.
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