No se puede definir en un solo punto. Se ocupan varios, quizá esparcidos en toneladas de papel. Otra opción sería escribir una crónica, donde en la primera oración se explicara las formas y los sonidos que las frutas pueden adoptar. Podría empezar “Las frutas tienen la cabeza perfumada y caminan a través del viento, aquí estamos.”, pero sería divagar. Tal vez lo mejor sería empezar por los nombres, los de las frutas, creados con muchas sílabas, con muchas letras, que se repiten, que aparecen inclinadas hacia un lado o hacia el otro. Que se comportan como espejos de su materia, nombres sin números. Que se presentan con fuerza, imitando el tamaño de su nombre, repitiéndolo sin dudar.
Las frutas salen de sus países para venir a nuestra provincia iletrada. Salen los miércoles, los jueves, los sábados o los domingos. También salen otros días. Se sientan en los parques y ven a la gente pasar. La señalan y dicen, éste sí, éste no, éste no, éste tal vez. Luego se levantan a recoger cajitas usadas, las llenan de concreto, de mal, de pescaditos amarillos. Nadie entiende realmente a las frutas. Será por eso que me gustan.
Las bandadas de frutas no existen, también por eso me gustan. Porque tienden a la misantropía, a entrar por la boca, escalar la garganta en un movimiento que se asemeja al de un túnel, como si encontraran la única grieta del cuerpo. Las frutas hacen todo esto, a veces inintencionadamente, a veces amputando el sentido a la indiferente memoria.
Es poco usual que las frutas salgan a la calle en tacones y con pequeños vestidos, pero pasa. Salen con la actitud del mar revuelto en pleno día. En esos momentos se apoderan del hombre, utilizan tazas llenas de cerveza y trocitos de árboles para esto. Pero nadie debe dudar de su nobleza. Nosotros, los que hemos buscado por mucho tiempo, acabaremos en una esquina temblando, formando un triángulo, con una cerveza y una copa de vino. No nos importará nada más que creer en ellas. Ellas, que a veces suben a las montañas a fumar marihuana y por eso algunos las toman por figuras oscuras y borrosas, pero los que piensan esto no podrían estar más equivocados.
Algunas otras cosas que me gustan de las frutas me las quedo para mí, me daría miedo perturbar el orden público con las ideas turbulentas y frutofílicas que pudiese exponer aquí.
Si oídos curiosos y atentos llegaran a acercarse tal vez reconsideraría este último punto.
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