Entre el cielo y la tierra, usted y yo. Y nosotros.
Se dejan pasar las sogas en la oscuridad, es como una paradoja – Decía el poeta, mientras frente a él se tomaban notas de cada palabra. – Su enagua pasa flotando, ella es ligera y se me escapa por entre los dedos.
(Él todavía la puede tocar, a veces con sus recuerdos, a veces con sus nostalgias, pero, la toca.)
La memoria debería tener llave. Y que la pudiéramos perder. – Se queja el poeta, mientras su cara se le torna gris.
(Así piensa él, sigue sin entenderlo. Los simulacros y las vivencias, sus pies y las presencias, no sabe a quién se puede acudir cuando simplemente se quiere dejar todo.)
No sé qué es lo que debería hacer en este momento, es que ella proponía que nos matáramos, que este amor era el clímax, más allá sólo nos decepcionaríamos. Pero ella ya ha muerto, su guía me llega como desde lejos, creo que ahora verdaderamente estamos lejos, por eso estoy aquí.
(Yo solvento pasiones y quemo almas. Él ocupa una opción. Yo los aconsejo, los dejo morir.)
De esta forma, hizo pasar al poeta al cuarto de atrás, lo abrazó, lo besó. Lo desnudó y lo llevó a un sofá. Él se entregó de lleno, poco a poco iba dejando atrás todo lo que lo ataba y lo hacía sufrir, sólo ocupaba ese afecto.
Luego, el poeta ya se sentía tranquilo, su mente despejada, feliz, entendía que todo continuaba y que el peso cambiaba, lo dejaba para que continuara. Mientras se vestía, agradecía. Lloraba al reencontrarse con todo lo que había perdido. Antes de salir de la habitación sintió un frío mercúrico bajar por su espalda, luego cayó al suelo.
(Es mejor que se vayan con una mente tranquila y de manera explosiva)
Entre el cielo y la tierra, usted y yo. Y nosotros.
Ese es el slogan del consultorio, era un lugar al que los suicidas acudían.