Esa ciudad que conocés tan bien como la región sureste de la palma de tu mano, no es Varsovia. Tendría que ser otra. Estas calles nevadas que ves ahora, nunca han sido pisadas por la guerra. Esa otra ciudad, con nombre de sierra y cabello que llega hasta la cintura, se borrará de tu memoria como si los Panzers alemanes tuvieran entrada libre a tu país de la mente.
Y eso explicará mucho, dará el
porqué de que las cosas te duren tan poco, de que se te olvide con gran facilidad
el nombre de aquella mujer nacida en los Ángeles, muy conocida, modelo y que
luego se hizo actriz. Pedís que te digan quien es la mujer, que si es cierto
que superó el punto más alto de Polonia a punta de drogas.
“Todo lo que yo sabía era sobre pescadores
pobres y sirenas” decís eso y que no ocupás más. Buscás calma, sentirte en paz
con no saber más sobre Varsovia. Estarás bien, la nieve acompaña a todos. La
nieve, el único desierto que no perdona, ni a sí mismo, en un mes desaparecerá,
se perderá a sí misma, así será. Inmediatamente te das cuenta de que es como
vos. Un desierto dentro de un desierto.
Te toca lo que sigue, caminar
hasta tu casa, que amaneció con las esquinas congeladas, señalando hacia arriba
y hacia abajo, la casa que el día anterior almacenó al corazón más grande de
Varsovia. Les dirás a todos que olviden lo que ha pasado en los últimos días,
que se tomen de las manos y acepten que vos nunca conocerás Varsovia.
Esta es tu forma de estar solo.
Sospechan de vos, como creías. Decís
que no, que no estás escribiendo su nombre, ni seguirás haciéndolo. “Moje Imie!
Moje Imie!” exclama Varsovia y te asustás porque está en lo cierto, aunque
digás que no, aunque le digás que no a Varsovia.
Vos, que nunca conocerás
Varsovia.
“Ya está muerto el primer
habitante de Varsovia, hace rato” te decís, y eso está bien. Afuera de vos
hablan de tiempos pretéritos, alguien explica algo en su lengua materna, pero
no a vos. “Dícese de Varsovia que en los años previos a la guerra, la gente
visitaba la iglesia en el centro todos los días”. Recordás.
Recordás, no estás viejo, pero
sos más viejo. Oíste sobre Varsovia hace ya varios años, en la época en que las
hormigas te rogaban que abrieras un hueco más grande en su hormiguero. Nunca
supiste qué era esa cosa blanca que cargaban las más lindas.
Esto no es una película sobre
Varsovia, tu vida no es una película sobre Varsovia, eso es lo que más te
cuesta entender. Así que te decís que el nombre de este texto debería ser otro.
Tenías opciones “Diez formas de dejar el perico” pero no periqueás. “Diez
formas de olvidar a la morena” pero no tenés ni morena ni memoria. Entonces te
toca quedarte con el otro, el que habla más, el que se parece a ese pequeño
diccionario polaco que todavía cargás en tu bolsillo trasero.
(Un poco de esto, también ha de
ser, culpa del frío que ves por la ventana y por las plantas de los pies. Tal
vez los pastizales de Mongolia te habrían servido más.)
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