miércoles, 24 de octubre de 2012

Dos despidos del dos mil dos-e




Yo tengo dos amigos y un montón más. Estos dos que les digo ahora están todos solos y así, pero eso es como por estar vivos. Una es una chica y el otro es un chico. Ella se llama Karina y tiene cara de gato, pero no cabeza.  Ella es alguien digno de imaginar, a pesar de que no le guste hacer nada, ni tenga amigos o amigas. Ahora ella es toda famosa y todo mundo dice que es buena pero yo no estoy seguro.

Ella tuvo tetas grandes desde los doce, no eran tan grandes, pero eran más grandes que las de las demás chicas que todavía no tenían nada y entonces en la escuela todo mundo se dio cuenta pero como que en la casa de ella nadie se dio cuenta así que ella siguió andando esos brassieres de chiquitas que no son brassieres, pero que son como antes de los brassieres, como tops. Y le pasó algo muy feo, una vez un compañerito de ella que se llama César la estaba molestando por tener tetas y se las veía y le decía cosas y en un impulso comprensible pero inconfesable le abrió la blusa y se le reventaron los botones y se le vieron las tetas y ella toda joven y asustada y con los ojos llorosos y las tetas afuera, muy lindas, lindísimas y el silencio de todos los chiquitos de la clase y los que eran hombres no entendían qué pasaba pero agradecían que estuviera pasando y las que eran mujeres  tampoco sabían qué hacer y nadie nunca supo qué hacer. Eso fue hace un montón, como doscientos años.

Mi otro amigo no tiene un nombre de verdad, tiene uno de mentiras. Hoy lo vi, lo había detenido la policía o él había detenido a la policía y ahora los interrogaba. Él está muy solo y seguro por eso tiene que interrogar a la policía, amonestarlos por tener los zapatos mal embetunados o por algo así. Yo no puedo hacer mucho, solo pasar manejando cerquita y sonreírle desde adentro, ver que tiene un arete nuevo, que ya no anda a pie, que se compró una bicicleta muy bonita, azul, con el asiento color caramelo, él se reiría de mí si yo le dijera que el asiento café de su bici es color caramelo. Me gustaría sentarme en la bici y manejarla haciendo como que me la voy a llevar y que él se asuste, pero luego devolverme rápido para que no se asuste mucho y decirle “Qué buena bici” y que él no sonría, aunque quiera, porque él cree que es malo, pero que yo sepa que aunque él no sonría, sí está sonriendo, porque a él le gusta que lo oigan y yo lo oigo y le digo cosas dulces, que él no entiende muy bien, porque nunca ha oído cosas dulces y por eso le cuesta hablar con sus hijos y por eso su novia lo dejó, porque él no podía o sabía decir cosas dulces y así que él ya ha pensado en conseguirse una sorda y hacer como que le dice cosas dulces y que ella lo vea como si le estuviera diciendo cosas dulces, pero en realidad él solo mueve los labios e intenta no verla enojado, pero él no sabe qué es eso, pero se esfuerza y lo intenta y cuando ya no puede y se va a salir por los ojos el enojo, entonces la abraza, pero no como yo lo abrazaría a él, sino como él aprendió en la escuela de policías, dos brazos rígidos que aprisionan un cuerpo, así abraza mi amigo.

A mí me gustaría que me abrazara a mí, para yo enseñarle que así no es como se hace, que el abrazo es más suave, menos policial, que lo está haciendo mal pero que él no es malo.

El otro día mi amigo me dijo que me iba a ayudar y yo le dije que sí, que gracias, que en serio lo ocupaba un montón, pero en realidad yo no sabía de qué me estaba hablando. Entonces nos vimos en la escuela a la que fui pequeñito y ahí estaba Gustavo, que era el que molestaba a todos los de la clase, pero ya no era el mismo, ya no usaba shorts verdes ni tenía poquito pelo. Y mi amigo le empezó a pegar y le pegó un montón, fue todo feo, yo no sabía qué hacer y él me dijo que no me metiera, que yo era bueno, pero que él no, entonces tenía que hacer eso. En algún momento se acabó y empezamos a caminar y yo no sabía muy bien para dónde íbamos. En eso llegamos hasta el colegio al que fui y ahí me dijo que perdón, pero que ahora me tocaba a mí por aquella vez cuando yo estaba en noveno asusté a un chiquito de sétimo, yo le dije que sí, que tenía razón. Entonces él me pateó muy feo en el estómago y me caí y se me salió el aire y fue como cuando en la escuela me pegaban un bolazo en la panza y yo me ponía a llorar porque me sacaban el aire. Pero ese día no me puse a llorar, nada más sangré un poquito en las rodillas, pero eso no es malo, eso es normal.

Luego me ayudó a levantarme, pero en realidad no me estaba ayudando a levantarme, era que me quería ahorcar y ahí me preocupé y sí se me salieron lágrimas y luego me empezó a apretar el pecho con los brazos y fue un abrazo, pero uno todo feo y yo le dije que ya, que porfa ya y él paró y me vio feo, me duele como me vio, él supo que yo no era bueno y que él tampoco y que probablemente nadie lo era. Se dio cuenta que seguro siempre había sido así y que si revisamos a todos mis otros amigos seguiríamos encontrando a gente así, que no es buena y que sí es mala, pero que así es la gente y luego nos daríamos cuenta que todos ocupamos a la gente, para algo bueno o para algo malo.

sábado, 13 de octubre de 2012

Mis dos flamingos (yo ahora que estoy bien)




En la ventana caen todas las gotas del mundo, es como si la gravedad no las jalara hacia el suelo, sino hacia adentro de la casa. Los truenos suenan como una puerta trabada en el piso que uno tiene que arrastrar. Una de esas puertas necias.


Hoy está cayendo granizo en mi casa, heavy. El suelo suena cuando caen los granizos, así de seria es la vara. Es como si hubiera algo raro, porque el otro día también tembló. Hoy el techo suena como si tuviera mil gatos y me acuerdo que la última vez que cayó granizo así yo tenía 5 y no conocía a nadie, eso te incluye a vos.

Y afuera en el patio, llevando agua y golpe, mis dos flamingos. Ya un toque desteñidos, pero aquí por dicha nadie los desprecia, los queremos igual que antes, ellos ejecutan sus movimientos en un espacio seguro. Sus movimientos son un gran leve temblor.

Acá afuerita, en el corredor, leo un libro que se llama “Mañana nunca hablamos” y sí. ¿Leés algo ahora? ¿O ya no? Al rato ahora solo pintás y eso está bien, no te recrimino nada, bueno, a veces ando de malas y pienso cosas feas, pero ya no me detengo tanto en eso. Tal vez, ahora, todos deberíamos estar felices, a vos seguro ya nadie te dice que eras fea a los 9 y eso siempre es ganancia. Todo es parte de la evolución, ¿no?

Mi casa se ha llenado de zancudos y siguen las arañas de siempre (porque se puede evolucionar para mal), pero vos ahora tenés un McDonald’s nuevo, cerquita de tu casa, podés ir caminando como hacíamos para ir al súper a comprar cervezas o cuando íbamos a comprar cajitas de pasta. A pie nos quedaba poquísimo, ese súper, el parque donde tu hermano jugaba fútbol a veces, el video donde sacamos todo lo primero que vi. Y es que hoy no es que sean otros cien pesos, son 18 meses de distancia (al rato y más). Entonces yo lo que hago es pelear poquísimo con lo que tengo, solo agarrarme fuerte, porque lo que se tiene más seguro, lo que uno tiene de fijo, es lo que más hay que cuidar.

Y mirá, si te pudiera dar un cd con toda la música linda que tengo ahora. Pero para qué hablar de eso, ya de eso he dicho mucho.

Vos con tu Mac nuevo y seguro con otras cosas nuevas. Unos zapatos que tal vez un hombre te regaló, que usás, que no te quedan muy chicos, que no son morados, como todo lo malo que tengo adentro. Digo, tenía, como ahora le decía a Jose, que es el único amigo que nos queda, le contaba de las cosas que tenía adentro, que me las imagino moradas, “descompositoras” de la gente. Esas que me digo que ya se fueron para darme fuerza, para darme un abracito que ayude a alejar a las cosas malas.

Porque eso es lo que más ocupo ahora, no estar cerca de llorar, buscar la forma que Navidad no sea el año pasado (irme corriendo en un avión). Busco, con lo fuerte que todavía me queda adentro, saber cómo perdérmele a lo feíllo. Sentarme afuera, ver a mis dos flamingos mecerse acompañados. Esto, que probablemente nunca verás, es justo eso.