Hicimos pan tan blanco
para bocas ya muertas
Julio Cortázar
Este año no parece este año.
Parece otra cosa, como si el año 2011 durara, solo por esta vez, 16 meses.
Sobre esto ya he escrito, diciendo que lo cruel se alarga, como aquella mano amarga
que camina sola. Esto que me rodea es Área City, bar de mala muerte, pero de
muerte a fin de cuentas, que es lo que importa. Camino en línea recta (aunque
no creo que sea cierto) de la barra hacia ésa que me ve y me deja de ver. Es
una peruana que me ha dicho su nombre hoy. Luego lo repetirá algunas veces más,
también me preguntará el mío, incluso cuando ella ya lo sepa. Pero no hay que adelantarse,
primero hay que echarnos cosas en los ojos, así que compramos más cervezas.
Bailamos de la única forma posible acá, dándole la mano a una cerveza,
restregando los ojos por el cuerpo, dejando, a veces, que los pies se eleven un
par de centímetros hasta tocar la manta negra que es la noche o que es el
techo.
Al humo ya no lo dejan entrar,
así que no hace calor, pero se sienten ganas. Como ahora, cuando parece que la
peruana y yo estamos solos, que el bar se ha transformado en algo que no
vuelve. Como si ya se hubiera acabado la noche y todos se hubieran ido
corriendo, en fuga, con los ojos y las entrepiernas empapadas, casi como la
peruana y yo.
Somos el cuarto trasero del bar,
una esquina del rectángulo donde la luz no cae. Acá nadie nos puede ver. Pero
eso es mentira, todos nos pueden ver, no hay nada especial que nos rodee, somos
otro conjunto de labios que se aprisiona, viendo quien puede sacarle más al
otro. Pero nosotros cerramos los ojos, que resulta lo mismo que si nadie nos
pudiera ver. Esta noche se buscan cosas dentro de la boca, es como el ejercicio
de la memoria. Movimientos fútiles, reflejos, subconscientes.
Somos la última tijera del mundo.
Algo que si se ve en un bar no se entiende y que, curiosamente, asusta.
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