martes, 31 de enero de 2012

Los amores imaginarios I




Lo único que me permite ver su perfil de Facebook es que asistió a aquel concierto donde la vi por primera vez. Ese día llegué a medias, esperé en el parqueo, luego pedí una gin, había gente en un restaurante peruano.

Antes ella no existía, después dejó de hacerlo. Ese día se presentaba un libro y yo veía a mis amigos por primera vez, después de un mes grande.

Durante los días anteriores al concierto no había habido alcohol. Solo hubo una visita y media al hospital, un cadáver que desfiló engañado por los pasillos de la universidad, hubo numerosas pocas cosas. 

Conectaban cables que terminaron sonando mal. Afuera quedaba la marca de un tren grande que recorrió muchas veces la superficie antes del concierto. El libro tenía estrellas superpuestas en la cara y mi espalda parecía de otro cuerpo.

Con la espalda inútil, saludo a muchos y caigo incómodo entre la multitud semialfabeta. El dolor me hace girar la cabeza hacia la derecha. Mi cuello se mueve menos que el segundo piso y ocurre lo predicho en la primera frase. Destruyo a la multitud con los ojos y solo queda un cuerpo con estrellas superpuestas en la cara. Se pasa un brazo por la cara, “parece una pared de hojas” me digo.

Un impulso primitivo me hace querer tocar sus dedos. Lo evito, lo controlo. Como castigo aletea la mariposa que hace terminar la noche. Estoy en el auto, sin darme cuenta. La noche resulta espesa. Se ha ido el tumulto con su olor a marihuana. Yo pasé la noche a secas.

La espero 300 sur de una antigua relación.

sábado, 7 de enero de 2012

Cerca del redondel del Coco


La casa alcanza a llenarse con el calor. Gira despacio el ventilador de la sala, que parece una persona que se acerca lentamente, alguien a quien desconozco. Una pareja de flores hacen la luz de la habitación, guindan en la pared sin ver a nadie. Discos transparentes se apoyan para hacer puertas. Estamos reunidos en familia en este punto sudoroso que se llena de polvo cuando abrimos los ojos.

Un rompecabezas se acuesta de espalda al suelo. Lo vemos todos los días cuando bajamos a desayunar, cuando intercambiamos llaves para organizar, de la mejor forma, la salida y entrada a este sitio que juega a encerrarnos. Ésta es la casa de nadie.

Exuda no es una palabra. Alguien dice.

Tomo lo que me dan. Una coca, una cerveza, tres cocas largas que hay que atravesarse, como si fueran zancadillas.

Nos juntamos para comer en casa, a pesar de que resuena en mi cabeza “el gato está echado”. El perro ladra. No sabe bajar gradas.

La familia se refleja como una sombra en las puertas, están cerca. Van al súper, traen bolsas, traemos bolsas del súper.

La casa alcanza para un mes, quizá un poco más. Llevamos días enteros ensayando la vida que ya pasó. Somos esa familia que fue una familia por muchos años. Acá hace calor, para eso está el ventilador.  La pasamos bien, pero cómo hace calor.

Gira despacio como una persona que se aleja.