Lo único que me permite ver su
perfil de Facebook es que asistió a aquel concierto donde la vi por primera
vez. Ese día llegué a medias, esperé en el parqueo, luego pedí una gin, había
gente en un restaurante peruano.
Antes ella no existía, después dejó
de hacerlo. Ese día se presentaba un libro y yo veía a mis amigos por primera
vez, después de un mes grande.
Durante los días anteriores al
concierto no había habido alcohol. Solo hubo una visita y media al hospital, un
cadáver que desfiló engañado por los pasillos de la universidad, hubo numerosas
pocas cosas.
Conectaban cables que terminaron
sonando mal. Afuera quedaba la marca de un tren grande que recorrió muchas
veces la superficie antes del concierto. El libro tenía estrellas superpuestas en
la cara y mi espalda parecía de otro cuerpo.
Con la espalda inútil, saludo a
muchos y caigo incómodo entre la multitud semialfabeta. El dolor me hace girar
la cabeza hacia la derecha. Mi cuello se mueve menos que el segundo piso y ocurre
lo predicho en la primera frase. Destruyo a la multitud con los ojos y solo
queda un cuerpo con estrellas superpuestas en la cara. Se pasa un brazo por la cara,
“parece una pared de hojas” me digo.
Un impulso primitivo me hace
querer tocar sus dedos. Lo evito, lo controlo. Como castigo aletea la mariposa
que hace terminar la noche. Estoy en el auto, sin darme cuenta. La noche resulta
espesa. Se ha ido el tumulto con su olor a marihuana. Yo pasé la noche a secas.
La espero 300 sur de una antigua
relación.