Vivíamos en una casa a la que todavía hoy se le pueden ver las paredes. Pero ahora estamos en esta luna de miel, de viaje, cada uno lejos del otro. Yo desayunando chocolate, vos despertándote temprano, que ya es tan tarde para mí. No sé dónde se pausa todo esto que nos va atravesando.
La ventana, por la que te veo, es una gran bandera de telarañas. Sus tiritas me hacen temblar ahora que estás en un concierto, viendo a los hombres infames, esos hombres que cómo fuman, cómo son crueles, cómo perdonan. Los seguís con la mirada un momento y tal vez te acordás de mí. Pero quien sabe, recordar es lo mío y los aniversarios nunca fueron lo tuyo.
Ahora estoy por irme a acostar, este viaje para escritores no nos sirve, insiste en enterrarnos el futuro, cuando todavía está tibio. Por eso yo no le creo a nadie, en especial a mí mismo, porque cada día amanezco más loco, ya debemos ser por lo menos siete aquí dentro. Cada principio de mes, aparece uno nuevo. Le veo la barba pelirroja, los ojos acabados, las cejas desorientadas y sé que tiene mis mismos dedos. Ya no merezco cosas lindas, eso es para los que todavía tienen amigas con quienes jugar.
Mañana no notarás que los trenes pasan por acá cerca o que abrir una ventana es como tragarse toda la humedad de la noche. Nos seguiremos viendo, pero pronto tendrás la cara blanca, el pelo revuelto. Poco a poco comenzarás a usar anteojos, crecerás diez centímetros, empezarás a usar enaguas y no volverás a ponerte una camisa de cuadros. Ya no tendrás ramitas en los zapatos. Entonces yo seré rubio, tendré el pelo corto y estaré enfermo de utilidad y de buenas intenciones.
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