viernes, 25 de febrero de 2011

Me hubiera gustado verte más

Está bien, ya amaneció, el deber o hábito que es la noche a solas ya se ha ido. Estar en la misma esquina donde nos dejaron, es lo primero que se debe comprender para iniciar otra mañana. Después, comprender que el cuarto es una cama, una boca, una sombra que está en otra parte, pero que también está aquí o lo ha estado.

Me tomo una mano y con la otra la muevo, luego al revés. Veo a las sábanas escurrirse hasta detrás de los talones. Veo este rombo, veo lo que fue inalcanzable. Pronto hablás y decís. Por una vez te puedo oír. Nos veremos hoy, en un café cuadrado, a las tres de la tarde. Es mejor estar despistado en las mañanas, olvidadizo, con los ojos discapacitados.

En este momento me doy cuenta que los zapatos nunca me quedaron bien, que es mi culpa y no la de las mañanas, lo que sucederá a continuación. Comprendo que la tregua se acabó y que ahora se me sale por los ojos como pedacitos rotos de papel. Es tarde ya para todavía estar en la cama.

Me gustaría decir que la pequeña cama era una gran guerra civil, pero estaría mintiendo, nunca fuimos así. Éramos como oleajes, de movimientos suaves, fotografiados, cavados en la piel, con algo de amor incluso.

Los gestos de las cortinas abiertas se niegan a cambiar mi figura. La pila de libros y la gran araña que es la sombra. La decisión es marcharse del cuarto, de la casa, de esta esquina de mundo.

Roto en la calle, el perro olvidado ladra al espejo mientras huele su propio miedo. Las aceras no cuentan para mis pies, que se retrasan y me dejan lejos, todavía, de donde estás. Gasto lo que el día no me dio y llego hasta el monumento a los amores apartados, a ese café que en realidad sí es cuadrado y al que alguien le ha extirpado la cólera. Ahora solo es una bestia ciega acostada en el centro del universo.

A vos, por tu parte, te extirparon la torpeza, por eso no te tropezás nunca, a veces hasta parece que el concreto florece de tus pies.

Nos movimos como dos ríos incomunicables hasta aquí. Quién sabe por cuántos meses lo hicimos para ahora estar atrapados en esta mesa romboidal, para que ella me venga a decir algo que bien no es una mentira, pero que mucho lo es.

Tímidamente nos acerqué y hablé mucho. Ella me preguntó si estaba borracho. Frente a ella no podía mentir, le dije que no, que había estado comiendo mal y que este lugar no me gustaba. Me dijo que me sentara. “Yo no pretendía el exilio” le dije, viéndola a los ojos, después de meses sin cenarnos. Ella solamente dijo Siéntese y yo no encontré respuesta a su cara de mujer intoxicada, de brea alerta.

Pronto me di cuenta de que venía un anuncio, que sus ojos recorrían los míos como si fuera un cocainómano y que ella pronto perdería la atención que costosamente había conseguido.

“Voy a entrar al ejército, no nos veremos más” lo soltó de golpe y esquivó mis pupilas ciertamente dilatadas. Me asusté y le pregunté que qué hora era. Nadie se dijo nada. Reaccioné y casi riéndome le dije “Pero, ¿cómo decís eso? En este país no hay ejército”. Ella cerró los ojos y dijo “No entendés nada”.

Luego estiré mi mano para cambiar de almohada. “Bajá esa mano” dijo entristeciéndose y entristeciéndome. “Hay algunas mañas que no se quitan” dije sin perder la mirada. El silencio fue más. “Entonces el ejército” dije y no escuché respuesta.

Se levantó y me di cuenta que estábamos tejidos entre nosotros. Hubiera sido muy fácil que ella sacara una tijera y nos separara, pero no, prefirió levantarse y comenzar a caminar, jalando el hilo. Levanté la mano para despedirme. “Bajá esa mano”, no dijo más.

domingo, 6 de febrero de 2011

Los aniversarios


Vivíamos en una casa a la que todavía hoy se le pueden ver las paredes. Pero ahora estamos en esta luna de miel, de viaje, cada uno lejos del otro. Yo desayunando chocolate, vos despertándote temprano, que ya es tan tarde para mí. No sé dónde se pausa todo esto que nos va atravesando.

La ventana, por la que te veo, es una gran bandera de telarañas. Sus tiritas me hacen temblar ahora que estás en un concierto, viendo a los hombres infames, esos hombres que cómo fuman, cómo son crueles, cómo perdonan. Los seguís con la mirada un momento y tal vez te acordás de mí. Pero quien sabe, recordar es lo mío y los aniversarios nunca fueron lo tuyo.

Ahora estoy por irme a acostar, este viaje para escritores no nos sirve, insiste en enterrarnos el futuro, cuando todavía está tibio. Por eso yo no le creo a nadie, en especial a mí mismo, porque cada día amanezco más loco, ya debemos ser por lo menos siete aquí dentro. Cada principio de mes, aparece uno nuevo. Le veo la barba pelirroja, los ojos acabados, las cejas desorientadas y sé que tiene mis mismos dedos. Ya no merezco cosas lindas, eso es para los que todavía tienen amigas con quienes jugar.

Mañana no notarás que los trenes pasan por acá cerca o que abrir una ventana es como tragarse toda la humedad de la noche. Nos seguiremos viendo, pero pronto tendrás la cara blanca, el pelo revuelto. Poco a poco comenzarás a usar anteojos, crecerás diez centímetros, empezarás a usar enaguas y no volverás a ponerte una camisa de cuadros. Ya no tendrás ramitas en los zapatos. Entonces yo seré rubio, tendré el pelo corto y estaré enfermo de utilidad y de buenas intenciones.