O un brillo
O una insurrección
O una mano abierta
O una risa incómoda
O el sueño
O la terrible nada
O el silencio y el olvido y la muerte y yo mismo, al final, como una bestia
O un brillo
O una insurrección
O una mano abierta
O una risa incómoda
O el sueño
O la terrible nada
O el silencio y el olvido y la muerte y yo mismo, al final, como una bestia
Si en este momento me pidieran que explicara lo que ha pasado recientemente, me sentiría atrapado por esa falaz gravedad.
En aquella época, un marzo de nueva década donde sólo calor hacía y las gentes andaban preocupadas por unos pares de años más, descubrí que a San José le desaceleraron la historia. Se nos entregó una gran lista con lo irrealizable en este país y lo deshicimos todo. Comenzamos a cruzar calles a mitad de la cuadra, dejamos de subir a los puentes peatonales. Volvimos a contar leyendas, mandamos a la mierda a las máquinas del hombre.
Porque intentamos crear algo que sea palpable, que lleve de boca en boca la historia de un camino. De un gran hogar donde quepan autoexiliados y mendigos. Queremos una ciudad con una anatomía imperfecta, soez, insolente, que deje de ser obsoleta.
Pero más que esto, les pedimos a los enfermos, a los feos, a los grandes, a los pequeños, a los flacos, a todos los que decidimos generar una mutación útil, que ayuden a convertir a San José en una piel desnuda que no le teme al clima y que no piensa en jeringas y miligramos.