viernes, 2 de agosto de 2013

Nosotros en el sótano


La vara es que yo tengo este amigo catalán. Él es pianista y me ha enseñado un montón de cosas. Vive con mi amigo Lui, ahí lo conocí. A veces, usualmente los jueves, toca jazz con un trío y todos son súper buenos. En especial Albert, mi amigo catalán que toca piano descalzo mientras le guiñe un ojo a Lina, su esposa.

Hoy, en un movimiento inesperado de los astros, él tocaba con su trío en el sótano y de repente mi cabeza lo vio todo claro. “Mae, antes del concierto tienen que ir al sótano a verlos tocar Jazz”. Digo tienen que ir, porque te estaba incluyendo a vos, ahí conmigo, en el sótano, viendo a Albert tocar todas esas canciones que de fijo revivirían algo en el fondo de tu cabeza.

Te describo el sótano, porque no sé si lo conocés. Hay un telón rojo y mucho calor, es como si lo viera al calor pasearse por acá y tocarnos a todos las cabezas. También hay pinturas viejas colgadas y acetatos, encima del piano hay un vitral de elefantes que estoy seguro te gustaría. Mientras toca, Albert le manda miradillas a Lina y justo cuando lo veo me dan ganas de volverme hacia mi izquierda y verte ahí muy concentrada en el jazz y en este ambiente de tu infancia que nos rodea.

“Hago una intro si querés” – le dice Albert al contrabajista mientras yo escribo estas cosas. Él les está dando chance de que se preparen y toca unas notas pequeñitas que nos hacen enfocarnos en el tacto y en ese espacio que se va reduciendo y que produce que las cosas se toquen.

En serio, en estos momentos parecemos una gran familia, llena de primos buenos y de tías que nos abrazan aunque no queramos. Fijo te hubieras acordado de tu hermano y de esos ratos que ya no tenés desde hace un tiempo.

La noche en el sótano se nos termina haciendo larguísima, vieras. Fijo te hubieras quedado dormida y yo te habría tenido que llevar cargada hasta tu cuarto. Era como si estuviéramos en la sala de una casa, familiares sentados en el piso, ese ambiente cálido en el que la gente no entra desde afuera, sino desde adentro.

Nosotros en el sótano pensamos en vos. Creo que así es, mirá, no te lo puedo asegurar, pero había cierta ensoñación y tristeza en ese estado silencioso de los que se sientan cerquita a oír jazz. Y creo que era por vos, que no estabas ahí, siendo parte de esa familia armada por mi cabeza. Estabas en tu casa, oyendo desde tu patio llegar los sonidos, como de golpes de raquetas y bolas tennis, no esta melodía suavecita que Albert te tenía preparada.

Hubo un momento preciso en el que los golpes a las teclas no se podían llamar golpes, te imaginé sujetando mi brazo y susurrándome al oído que esa era la canción que tus papás bailaron cuando se casaron. Y creo que se te mojan los ojos y estás contenta porque entendés que hay cosas que nunca terminan de irse.

Lo único que quería era sorprenderte con una visita a un sótano inesperado, lleno de juguetes de cuando tenías tres años, con personas lindas listas para ver tus grandes ojos aflojar esa desconfianza y tomar las manos de todos en un movimiento que no genera cansancio. Una acción inmaterial que se lleva a cabo en los ojos y la boca.

Es fácil decir las cosas lindas, pero debo decir ahora que esta noche no termina bien. Termina con mi llegada a mi casa con un montón de hambre. Yendo a la cocina y no encontrando nada. Agarrando una manzana y comiéndomela solo en mi cuarto.


Esa manzana será lo último que me coma pensando en vos.