Perro o gato que no se asuste con las cosas filosas y que me acompañe.
Mi doctor me dijo que era bueno
que pusiera este anuncio, que buscara algo que quisiera. Me dijo que podía ser
una bici o tal vez un disco de música que quisiera mucho. El doctor no entiende
muy bien mi situación.
Perdí mi mano recientemente en un
accidente con nieve. Me cayó nieve en la mano izquierda y estaba muy fría,
entonces perdí mi mano. Se me perdió mi mano entre la nieve. Yo hacía como que
la buscaba, pero sabía que la había perdido, ya no la sentía ni nada. La gente
que estaba cerca me estaba tirando bolas de nieve, eran mis amigos. Se reían y
yo hacía como que me reía, como si no estuviera todo preocupado porque acababa
de perder mi mano izquierda.
Rápido me despedí de todos,
agitando por encima de mi cabeza la mano derecha, agitándola demasiado y como raro,
como si estuviera enseñándola. Me fui corriendo hasta mi casa, llevaba algo
grande metido en la bolsa de mi jacket y una mano afuera, la derecha, como
enseñándola. Me resbalé un par de veces corriendo hasta la casa, subí rápido
las gradas hasta la puerta y casi me caigo porque estaban congeladas. Agarré la
pala para quitarle el hielo a las gradas, porque después mi hermana se cae y
qué feo. Pero no pude usar la pala.
Entonces no lloré, pero subí las
escaleras hasta mi cuarto tocándome los ojos.
En mi cuarto estaba mi cama con
mi compu abierta, el teclado se veía riquísimo, no sé por qué. No la prendí ni
la toqué. Me puse a verme en el espejo, mi lado derecho se veía como gordo,
como exagerado. El izquierdo no, se veía tranquilo, en paz. Y eso estuvo bien. Ese
día había aprendido que Letonia y Latvia eran lo mismo y eso me había entristecido.
Me acosté en la cama y me dormí,
porque todos los días me levanto a las 7:43 para ir a estudiar alemán. Entonces
cuando vuelvo me acuesto en la cama e intento dormirme. Casi siempre puedo,
pero a veces no. Hoy sí pude, me dormí hasta la noche, luego tuve que
levantarme para ir a hacerle comida a mi hermana que volvía de la universidad.
Me dijo que le hiciera arroz y yo dije que estaba bien, pero la verdad es que
me daba un poquito de miedo porque a veces no me sale muy bien. Se me quema o
no revienta o me queda masudo. Entonces ella me regaña y yo hago como que le
hago caso y le digo que la próxima no se me va a quemar ni nada y eso casi
siempre es mentira.
A mí no me gusta mentir, pero sé
que a veces me pasa. La primera vez que me di cuenta que la gente mentía, y que
era normal y que no era tan malo, fue cuando estaba en tercer grado y la
teacher inventó un ejercicio al final de la clase, cuando ya habíamos visto
toda la materia del día y no quería que nos pusiéramos a hablar entre nosotros.
La teacher empezó a pedirle a
algunos de los compañeros que describieran a su pareja ideal y los demás
teníamos que ir copiando lo que ellos decían. El primero fue Francisco Víctor, siempre
me pareció el nombre más bonito de la clase. Él dijo que su mujer perfecta
sería como su mamá. La teacher dijo que qué tierno.
La teacher era una mujer loca, se
llamaba Mercedes y varios años después de ese día, me la topé con mi familia en
un supermercado y me saludó como si nos quisiéramos mucho, pero ella siempre me
cayó mal y no sé por qué actuaba ahora, tantos años después y en el pasillo del
papel higiénico, como si nos queríamos.
Lo de la mentira, que decía, fue
cuando le tocó a Fabián Salazar. A él lo molestaban un montón porque decían que
era gay y di, la verdad lo era, un montón.
Ahora que vuelvo a pensar en él
me dan ganas de haber sido más su amigo, pero ya no se puede y en esa época
menos que se podía porque después decían que yo también era y di, la verdad yo,
a mis 10 años, ya tenía suficientes problemas creo.
Cuando la teacher, en un acto torpeza
violenta, le dijo a Fabián que describiera a su mujer perfecta, él se puso todo
blanco y abrió un montón los ojos y dijo, casi tartamudeando, que tenía que ser
rubia, su mujer ideal, y con grandes curvas, los labios siempre pintados de
rojo y las uñas con manicura francesa. O algo así fue lo que dijo, yo nada más
me acuerdo de verlo moviendo las manillas, como trazando las curvas de una
mujer que él nunca desearía. Ahí fue cuando realmente aprendí lo que era una
mentira y me pareció que no eran tan malas como mi mamá me decía.
¿Por qué me viene tan claramente
ese recuerdo hoy, que echo de menos la mano de alguien? Por lo que dijo otra
compañerita. Ya casi era el final de la clase y ella creo que estaba con muchas
ganas de contar cómo era su pareja ideal, levantó la mano diciendo “yo, yo” cuando
la teacher Mercedes estaba buscando a quien poner.
Ella se puso de pie y todo. El
pupitre de ella quedaba más adelante que el mío, entonces casi que siempre,
durante clases, solo podía verle el pelo negro largo con una prensa enorme que
tenía los mismos colores que el uniforme, amarillo con azul. Ella empezó a ponerse
nerviosa, dijo “este, este” un montón de veces. Se agarraba las manitas, se
pasaba los deditos por encima de cada una de sus manitas, como contándoselas.
“acá esta una, acá está la otra”.
“Bueno, tendría que ser bastante
más alto que yo. Yo sé que no voy a ser muy alta, pero me gustaría que él
pareciera alto solo por estar a la par mía. No podría ser macho, eso mejor no. Cuando
fuéramos grandes él me llevaría a andar en la calle en la noche y me compraría
comida de la que venden muy tarde. Mis papás no me dejan comer esa porque dicen
que es mala para mí, pero no creo que algo que dicen que es tan rico sea tan
malo. No poder comer esas cosas sí es malo para mí. Ah bueno y di, también me
gustaría que le gustara comer piña con todo, hasta con las palomitas de maíz,
yo sé que es pedir mucho pero hay que ponerse metas altas ¿verdad, teacher?”
Y la teacher callada, leyendo una
revista, los demás compañeros contando los segundos del último minuto antes de
irse a la casa. Solo yo oyéndola, poniéndole más atención que los perros de mi
casa cuando saco la bola. Imaginando sus labios delgaditos, sus dientes del
frente ligeramente separados, viendo sus manitas recorriéndose la una a la otra
sin detenerse, dentro de una larga pausa.
“Y (lo más importante) me gustaría
que tuviera un garfio. Que pudiera agarrar las cosas de una forma toda
diferente y que tuviera accesorios, cosas que se le pusieran y se le quitaran.
Me gustaría poder estar cocinándole una pizza mientras él se ajusta el garfio.”
Esto último lo dijo como con
pena, como si supiera que la raya íntima que se había trazado con la declaración
edípica de Francisco Víctor, estaba siendo traspasada por ella, hablando de
cosas confusas, de las que nunca se discutirían en las clases de una escuela.
En esa época Peter Pan ya estaba
en los cines de Estados, pero acá seguro todavía no llegaba, entonces no me
queda claro de dónde sacó eso del garfio, pero me parece lindísimo y ahora hoy,
que me acuerdo, me parece aún más bonito.
Además de la mentira de Fabián Salazar, la sexualidad, esa cosa sin
forma que nos anda adentro, se paseó por el frente de todos nosotros sin que
nos diéramos cuenta, como todavía nos pasa a veces. Nos mostró la delicadeza y delicia
que puede yacer para una persona en tener una mano o en no tener una mano.
Siete años más fuimos compañeros
y nunca lo hablamos, nunca me atreví a tocar su hombro y decirle cosas. A
partir de ese día nos empezamos a alejar, no porque nuestra relación cambiara mucho,
sino solo porque nunca habíamos estado tan cerca como aquel día. Bueno, hoy
siento que nos volvemos a acercar un poquito, que tal vez ella siente en su
mano izquierda una especie de hormigueo. Mi mano fantasma que busca la de ella.
Hace cinco años que no la veo. Para
nuestra graduación se puso un vestido morado lindísimo, ya no tenía el pelo
negro ni largo, lo andaba por los hombros y se lo teñía de colores. Brillaba
toda ella. Dicen que se casó. Conoció a un hombre que canta como Elvis (a mí
Elvis no me gusta y nunca la hubiera obligado a oírlo). Él juega videojuegos y
es todo bueno, yo antes era mejor pero ahora no puedo ni siquiera usar una
pala, entonces mejor ni lo intento con un control porque seguro me daría mucha
tristeza.