La universidad es un lugar distinto a esta extraña hora, parece estar llena, pero en realidad sólo son personas que se alejan de ella apresuradas. El tren de las 5 parece ser la campana que los despide. A un fin de semana, a una vida más feliz.
Es una hora en que no llueve mucho, sólo lo suficiente para que todo esté mojado y en la que hace el frío exacto para sentirse solo. Es una hora de mierda.
Me vengo a sentar a una banca que ya está ocupada. Será para que me acompañen, será para no sentirme tan solo. En realidad vengo con el secreto deseo de que su ocupante se incomode con mi iniciativa y me deje esta única banca seca a mí. El mundo es 80% agua.
Fallé con mi iniciativa y soy yo el incómodo. Me siento como en el fondo de una taza sucia.
Me levanté y me fui, ya era demasiado incómodo estar ahí. Compré un té de durazno (les costó tanto encontrar la caja). Me senté en la parte de afuera de la soda.
Mandé mensajes a mis amigos. Nadie contestó. Tampoco me atreví a llamar, sería demasiado frontal la aproximación. El té estaba horrible, pero eso está bien, que coincidiera con todo lo demás del día.
Dejé un poco de té, como siempre, porque me da asco el fondo de la taza y siento que si no bebo lo que queda abajo me alejo de esa suciedad. Es lo mismo con la gente.
No me levanté de la mesa. Abrí un libro de cuentos a la mitad y comencé a leer.
A mi alrededor la gente se levanta y se va. Algunos más rápidos que otros. Algunos en bicicleta. Pero no importa eso.